El tibio sol
otoñal de la mañana del viernes en la ciudad del Turia, contribuye
a que Los Dalton Buidaolles se reúnan, como de costumbre, en el
patio del Instituto para decidir a quién le toca poner el coche en
el desplazamiento hasta Nazaret. Pero no a Nazaret de Galilea; tierra
de veneración y culto cristiano, no. Se trata de una barriada
valenciana que pertenece al distrito de Poblados Marítimos. Una zona
suburbial de la ciudad, constreñida por la desembocadura de ambos
cauces del río Turia (el nuevo y el viejo) y por el Puerto de Mar.
Un núcleo de población que en su día constituyó un municipio
independiente, pero que fue absorbido por el inexorable crecimiento
urbanístico de la capital y del propio Puerto. Expansión que le
privó de su playa hace justo ahora treinta años, con promesas
incumplidas de los políticos de la época para compensar la pérdida
de esa zona de esparcimiento, la cual se hizo popular en el siglo XIX
por los bañistas de la capital y por quienes visitaban sus
balnearios.
¿Pero existe
alguna relación entre la ciudad israelita y la barriada valenciana?
En cuanto a su toponimia todo indica que no, pues el nombre de la
ciudad se cree que procede del griego o del arameo y su significado
es incierto. En cambio el de la barriada, procede de la palabra
“lazareto”, en valenciano “llatzeret”; hospital
de enfermedades infecciosas que se trasladó en 1720 desde
Monteolivete, dando origen a las primeras construcciones en torno al
mismo. Posteriormente, un núcleo formado por pescadores y
trabajadores del puerto fue estableciéndose en la zona. Ocupaciones
que, en la actualidad, siguen siendo las más importantes de su
economía.
L
a
tradición pesquera de la zona, da lugar a que en sus
establecimientos de hostelería se pueda degustar una amplia variedad
de cefalópodos, crustáceos y peces a muy buen precio. El
Bar-restaurante Aquilino es un ejemplo de ello. Abierto desde el
amanecer, este establecimiento ofrece a sus clientes: almuerzos,
comidas y cenas, con su amplia carta y su especialidad en “All i
pebre”. Un local que puede pasar desapercibido por su exterior,
- pues no se distingue de las humildes casitas de pescadores - se
encuentra en la calle Castell de Pop, 31. No obstante, su interior
ofrece el típico decorado de la taberna de puerto marítimo, con
imágenes sobre azulejos evocadoras de una época en la que las olas
y las barcas llegaban hasta la misma localidad.
Asombrosos
son los bocadillos de calamares en barra de pan de cincuenta
centímetros, que sólo los más apetentes tragaldabas son capaces de
acabar, a menos que lo compartan.
D
eliciosa
la fritura de salmonetes y boquerones, siempre recién hechos,
siempre crujientes y con elevada temperatura; lo que hace que las
secreciones digestivas se estimulen y nos inviten a probarlos antes
de que se enfríen, quemándonos la lengua, con la consiguiente llaga
de recuerdo.
Además
de ser conocido y valorado el local por su especialidad en arroces,
debemos hacer mención especial al all i pebre. Ese guiso obtenido
con las anguilas de la albufera, producidas en la actualidad en
piscifactorías. Exclusivo de Valencia, donde mejor se puede degustar
es en los poblados marítimos y los próximos a la Albufera, en los
cuales se elabora la receta tradicional cuyos ingredientes de base
son: la anguila, las patatas, el pimentón y el ajo. Un plato que
cuenta con tantos entusiastas como detractores, pues la sensación
que para algunos produce, por el parecido a una serpiente, hace que
su cerebro bloquee su estómago y les produzca repulsa y nauseas el
simple hecho de verlo en la mesa. Sin embargo, estos mismos
comensales, cuando desconocen la forma original del pez antes de ser
troceado, lo saborean con placer y hasta llegan a repetir. En Casa
Aquilino se presenta un producto de gran calidad, tan suave que llega
a deshacerse en la boca. Para alguno de los miembros de Los Dalton
Buidaolles estaba poco picante, con respecto a la receta tradicional.
Es posible que el establecimiento se esté adaptando a la media de
edad de sus clientes habituales, muchos de ellos sexagenarios con las
correspondientes prescripciones facultativas de evitar todo aquello
que aumente su tensión y otros problemas coronarios.
A tiro de piedra
del paisaje futurista formado por los edificios de la Ciudad de las
Artes y las Ciencias, se encuentra esa barriada del extrarradio de
Valencia durante tantos años olvidada. En una distancia no superior
a un kilómetro, podemos observar el contraste de la opulencia con el
de la pobreza; la suntuosidad de unos edificios públicos junto a
otros privados pertenecientes a los nuevos ricos, tan cerca en el
espacio físico de Nazaret y tan lejos en la renta per cápita de
sus habitantes.
José González Fernández
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