sábado, 28 de octubre de 2017

Cervecería Ana III, C/ Lebón, 3 Valencia (27-10-2017)





            El sol se proyectaba con todo su esplendor en la futurista Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuando Los Dalton Buidaolles atravesaron el jardín del Turia, con esa atípica temperatura de mañana otoñal que, en Valencia y en casi toda la Península, no dejaba de preocupar, pero que al mismo tiempo invitaba a pasear a pie o en bicicleta y a llenar esos lugares de placer gastronómico y de encuentro social.

            Tal era el caso de la Cervecería Ana III, en la calle Lebón, 3 de Valencia, el lugar en el que ese día se dieron cita Los Buidaolles, como cada viernes, a las diez de la mañana; para almorzar, charlar, reír y  disfrutar  de ese esperado momento.

  La calle Lebón recibe el nombre del gas Lebón,  ya mencionado en la visita del mes de enero al Bar-Restaurante Moncayo, de la misma zona, cuando escribíamos lo siguiente: “La zona, al noreste de la ciudad, estaba formada por campos de huerta que eran regados por la acequia de Mestalla. Pero poco a poco, se fue transformando en industrial, ubicándose en el lugar fábricas que se alejaban del casco urbano y se aproximaban al puerto, algunas de ellas tales como: la de “Gas Lebón” o la de detergentes “Tu-Tu”, junto a otras. Con el tiempo, fueron apareciendo numerosas construcciones en torno a las fábricas. El Gas Lebón – cuyo nombre se debe al ingeniero que la construyó llamado Carlos Lebón - sirvió para alumbrar la ciudad durante mucho tiempo, pero a partir de los años 70, con la última corporación municipal franquista, el clamor popular de las asociaciones de vecinos; después de muchas y largas pugnas a causa de la contaminación existente, hizo que se urbanizara el barrio y se desmantelara la industria de gas. Actualmente, en su lugar, existe una zona verde y aún se conserva un depósito de acero como símbolo de una batalla ganada al Ayuntamiento. No obstante, se comenta que todo el subsuelo donde estuvo la fábrica, sigue aún contaminado, resultando muy costoso su excavación y traslado a un lugar seguro”.

Cervecería Ana III, se distingue de la I, II y IV, y toma el nombre de su propietaria y regente, una mujer francesa de mediana edad, afable y de buen semblante, que te pregunta por el tamaño – del bocadillo, claro – jajaja, cuando te acercas a la barra a pedir la comanda; momento en el que te entrega un papelito, con un número que la identifica, y que cuarenta minutos más tarde  canta un camarero cuando aparece con la repleta barra de pan crujiente llena de  abundantes y ricas viandas. Y es normal que pregunte por el tamaño, pues con el bocadillo pequeño te quedas bien, con el mediano almuerzas y comes a medio día, y el grande… el grande no te lo acabas.  Un establecimiento frecuentado a diario por multitud de personas entre las que se encuentran algunos miembros las fuerzas del orden y seguridad, como es el caso de la Policía Nacional. La cerveza o refrescos y el gasto – nombre que se le suele dar en Valencia a las aceitunas y cacahuetes que acompañan al almuerzo - las puede coger el propio cliente de los armarios frigoríficos. Por último, el café o carajillo – pues aquí no suelen hacer cremaet – lo suelen servir en mesa. Y todo ello al módico precio de cinco euros. En negativo, destacaríamos el tiempo de espera, tanto para pedir como para que te sirvan; está claro que quienes dispongan de veinte o treinta minutos para almorzar, no pueden ir a este establecimiento, pues, sin lugar a dudas, llegarían tarde a sus respectivos trabajos. 

En la tertulia fue inevitable abordar, una vez más, el tema del día, de la semana y del mes: el problema catalán. En un día en el que el Gobierno de la Generalitat declaraba la República Independiente de Cataluña y el gobierno Central de Madrid aplicaba el artículo 155 de la Constitución.

También se habló de agricultura, pues no en vano, algunos Buidaolles, propietarios de tierras, ejercen esa ocupación en sus ratos de ocio. Se habló de kiwis, aguacates, chirimoyas, mangos… y de otros cultivos tropicales de los que se pretende producir en esta zona. También se habló de hongos, setas y de los altos precios de los níscalos, también denominados rebellones o pebrassos, pero que su nombre científico es: lactarius deliciosus. Algo que solo se da por estas fechas y en unas condiciones climatológicas favorables para su aparición. Por eso, este año, debido a la sequía, la escasez de este deseado hongo ha hecho que su precio esté por encima de veinte euros el kilo.  
 
Y todo ello en una semana musical, en la que el miércoles, algunos de los Buidaolles fueron a la sala 16 Toneladas para ver a Boo Boo Davis: un armonicista y cantante de blues, y para el sábado ya tienen las entradas para ir a La Rambleta a ver a un grupo tributo a Pink Floyd denominado Pink Tones.

La música, la conversación y el buen yantar, unen una vez más a este grupo de compañeros y amigos que, con asiduidad religiosa, no faltan a su cita de los viernes.


José González Fernández

domingo, 22 de octubre de 2017

Bar Montecarlo (Silla) Valencia (20-10-2017)



            Las hojas de los árboles cambiaban de color y, lentamente, iban cayendo sobre las aceras en esa tibia mañana otoñal en la ciudad de Valencia, cuando Los Dalton Buidaolles se desplazaban a la ciudad-dormitorio de Silla, en la mañana del viernes 20 de octubre, para degustar su habitual esmorzaret.


            Silla, un municipio de la Huerta Sur de Valencia, un nombre cuya toponimia nada tiene que ver con el sentido literal de su expresión en castellano, pues su origen árabe de alquería nos indica que puede proceder de la palabra “suhayla”, que significa “llanita”. Otra interpretación de origen latino nos indica su procedencia de la palabra “cella” (silo, depósito, almacén o celda), por ser un lugar cercano a la ciudad donde se almacenaban vinos o aceites. Sin embargo, más recientemente se apuesta por una traducción del valenciano de “sa illa” (la isla), por estar en un istmo de la misma albufera.
            Como monumento más importante e histórico, podemos encontrar una torre adosada al edificio del Ayuntamiento, restos de lo que fue en su día un castillo o fortificación, cuyo origen es musulmán, pero sometida a diversas reformas durante la reconquista. 


            El hecho de estar tan cerca de la gran ciudad ha dado pie a que Silla se convierta en una ciudad-dormitorio, donde la vivienda resulta mucho más asequible. Sin embargo, también son muchas las personas de la capital que trabajan en Silla, no en vano es una de las zonas más industrializadas, formando parte del cinturón industrial de Valencia. Su economía, en la actualidad, está sustentada por el sector industrial y el terciario, no obstante, la agricultura – fundamentalmente el arroz – mantiene gran importancia en una zona que, durante tantos años, ha vivido de esa fuente de riqueza proporcionada por La Albufera. 


            El Bar Montecarlo de la Avenida de Alicante, 96, de Silla, es un establecimiento que ofrece almuerzos, pero que cuenta con una carta un tanto limitada. Lo mejor que se puede decir de él es el trato y buen servicio que se recibe. Sin embargo, está a años luz de la diversidad que otros establecimientos ofrecen en almuerzos o tapas. Además, se trata de un local pequeño y poco apto para niños o personas con problemas de movilidad. Una anécdota que cabe destacar es el hecho de que, ese día, uno los bocadillos por el que más se interesaron Los Buidaolles fue el de esgarraet con queso fresco. El esgarraet – como de todos es sabido – es una ensalada de pimientos asados, bacalao, ajos y aceite; siendo ese su nombre debido al procedimiento de elaboración, que consiste en desgarrar el bacalao en salazón y los pimientos rojos a tiras. En algunas zonas de la Comunidad Valenciana se le suele poner berenjena y también aceitunas; pero el bacalao es fundamental, de lo contrario, no dejaría de ser una simple ensalada de pimientos rojos. Cuál sería la sorpresa de los expectantes Buidaolles que pidieron este sano y genuino bocadillo, cuando observaron que el bacalao brillaba por su ausencia. En su lugar aparecían unas tiras de cebolla frita, estratégicamente colocadas para dar la apariencia de bacalao, pero no eran bacalao. No obstante, después de comunicárselo a la solícita camarera, ésta apareció con un plato de bacalao en aceite, lo cual sirvió de desagravio.


            Todo esto en un día en el que “hartos ya de estar hartos” de tantos comentarios y debates políticos sobre el tema catalán, Los Dalton Buidaolles hablan en su tertulia de las personas que llegan al insulto por el simple hecho de no pensar como ellas, no admitiendo otras opiniones ni discrepancias.  También se hablo de ópera; pues alguno de los presentes mostró un vídeo en el que un coro de negros, en lugar de cantar góspel, cantaba La Traviata; algo inusual, pero con una calidad fuera de lo común. El poder escuchar esas timbradas y engoladas voces de la formación mixta, ofrecía el toque cultural del día y proporcionaba otro de los placeres que no entran por la boca.


            El embarcadero del canal de La Albufera es lo que le da carácter a una localidad que se resiste a perder su origen huertano de humedales; eso que durante tantos años ha dado vida a la comarca. Aquí los campos son desecados por potentes motores cercanos a las plantaciones de arroz, en los momentos en que la cosecha ha de recogerse. Del mismo modo se utilizan también para volver a inundar los campos cuando el cultivo está creciendo. En estos momentos del otoño, los agricultores y pescadores se afanan en preparar sus embarcaciones, fortaleciendo su casco con alquitrán y dándoles colorido con esa nueva capa de pintura que las distingue e identifica. Un lugar de obligada visita después del almuerzo de Los Dalton Buidaolles, un gratuito placer para el resto de los sentidos que, una vez más, contribuía a festejar la llegada del fin de semana.
Darío Navalperal

domingo, 8 de octubre de 2017

Bodega La Pascuala, El Cabañal, Valencia (06-10-2017)






            Igual que las estaciones precedentes de este 2017, el caldeado otoño registraba las temperaturas más altas de las últimas décadas; hasta tal punto, que su nombre estaba perdiendo identidad, para pasar a ser llamado “veroño”. 

            Tan caldeado el clima atmosférico, como el de las tertulias virtuales – de redes sociales -, y presenciales – en los almuerzos y desayunos de los bares de toda España-. La agitación social, por momentos, se convertía en indignación: por una parte, de aquellos que entendían que se les privaba de su derecho a decidir, por otra, de quienes entendían que la población que reside en un determinado territorio, no puede estar por encima de la ley que ampara a todo un estado. 

            La resaca del simulacro electoral, que se había celebrado el día uno de octubre en Cataluña, continuaba con efervescencia, llegando fuera de nuestras fronteras, donde los foros políticos no siempre coincidían con los periodísticos, donde los lobbies o grupos de presión extranjeros – quien sabe si “untados” por el gobierno catalán -, exageraban una violencia policial inexistente.

            Aquella mañana del viernes seis de octubre, la noticia era “La huída”. Pero no la de Sam Peckinpah, ni tampoco se trataba de ningún thriller en el que se intentara aterrorizar a los pacíficos catalanes con el fin de que reconsideraran su actitud, no. Aquí no existía la escenificación; como en el caso de la aireada violencia, atribuida a la guardia civil “opresora”. Aquí estábamos ante una auténtica desbandada de empresas que huían de Cataluña para establecerse en otras capitales de provincia españolas. 

            Este tema era el que ocupaba la tertulia durante todo el almuerzo de Los Dalton Buidaolles en Bodega La Pascuala, en la calle del Doctor Lluch, 299, del barrio de El Cabañal, zona visitada en reiteradas ocasiones, debido a su gran número de establecimientos con solera y tradición de almuerzo. Cuando hacía ya casi un año que frecuentaron este mismo establecimiento, aunque esta vez en sus nuevas instalaciones a no mucha distancia del edificio antiguo, pero en otra calle distinta. Un local no más grande que el antiguo, pero con nuevas instalaciones y decoración. Sin embargo, el nuevo aire de cervecería alemana, le ha quitado el encanto de aquel local que rezumaba el sabor añejo de la taberna otrora frecuentada por viejos lobos de mar.

El público que frecuenta en estos tiempos Bodega La Pascuala es muy variopinto: desde obreros de la construcción hasta ejecutivos de empresa, acuden a este popular y famoso establecimiento conocido ya en todos los medios de comunicación local. 
 
¿Pero guarda relación la fama que tiene el local con la calidad en sus productos, de su servicio, de su confort, de su  decoración, de su precio…? Puede decirse que en Valencia hay muchos locales de almuerzo que igualan o superan a este, no obstante, la fama y el prestigio que ha cosechado a lo largo de los años, dan lugar a que, a las diez de la mañana, el local esté repleto de gente y haya que esperar una media hora para coger mesa. Esa masificación que hace que aumente el nivel de ruido y que las conversaciones sean inaudibles.   No obstante, Bodega La Pascuala sigue siendo uno de esos locales donde se almuerza a lo grande. Tan grande como estos bocadillos de más de 50 centímetros repletos de buey, beicon, jamón, queso, tomate… difíciles de meter entre pecho y espalda, recurriendo al papel de aluminio, facilitado por la atenta y solícita camarera,  y guardar el sobrante para llevar a casa.


El nuevo local aún conserva algunos vestigios en su decoración en aquello que le dio su prestigio y esplendor, algunas antigüedades a modo de reliquia, pero que no combinan muy bien con otros elementos de sus nuevas instalaciones, que rompen con esa añoranza de su glorioso pasado. Es una pena que muchos de estos establecimientos, por adaptarlos al confort y a las tendencias vanguardistas, pierdan su encanto y, con ello, una parte importante de la cultura de una zona de la ciudad. En este sentido, se debería aprender de la ciudad de Lisboa, cuya fama se la da el hecho de haber sabido conservar intactos este tipo de locales; con su decoración y costumbres a lo largo de los siglos. 

            Aunque algo en positivo podemos destacar de Bodega La pascuala, y es el recipiente en el que suelen servir el vino o la cerveza, ese porrón o “barral” – como se denomina en Valencia – que hace que pierdas el control de lo que bebes y de dónde cae la última gota. Una pena que no se sigan conservando más costumbres similares en este y otros establecimientos de la ciudad, pues forman parte de sus señas de identidad. 

            Todo ello en una mañana soleada, una más de las que seguía ofreciendo este “veroño”;  para pasear por las arenas de la cercana playa o, simplemente, para reunirse cerca de ella y, como cada viernes, debatir, charlar, reír… y vivir ese  epicúreo momento. Un deleite que premia toda una semana de obligaciones laborales de este grupo de compañeros y amigos. 

José González Fernández

domingo, 1 de octubre de 2017

Bar Patraix, Plaza de Patraix, Valencia (29-09-2017)






El veranillo de San Miguel, como cada año, llegaba tibio y acariciante en las mañanas levantinas, coadyuvando a la pertinaz sequía arrastrada del seco y caluroso estío, sin que las precipitaciones atmosféricas en los días previos fueran suficientes para calmar la sed de una tierra que se resquebrajaba por algunas latitudes. 

Precipitaciones, sin embargo, abundantes en el terreno socio-político por parte de quienes intentaban llevar a la población catalana hacia la persecución de un fantasma, una entelequia de estado que nunca existió, consiguiendo imbuir a una parte de la población en la épica y, al mismo tiempo, en el maniqueísmo que fomenta el odio y que resquebraja también –esta vez en sentido figurado– una tierra que ha estado unida, a pesar de que una minoría a lo largo de la historia ha intentado siempre dividir y segregar.

Estos y otros temas surgieron en la mañana del viernes 29 de septiembre; previa a los acontecimientos del referéndum ilegal que se iba a celebrar en Cataluña en pro de su independencia, el día en que Los Dalton Buidaolles se reúnen de nuevo para almorzar en el Bar Patraix, en la plaza de Patraix, 12. Un bar que figura en una plaza en forma de polígono irregular de lo que hoy día es un gran barrio y distrito de Valencia y en lo que en otra época fue municipio, e incluso cabeza de partido judicial. No en vano, así se hace constar en una placa conmemorativa del nacimiento del Rey Jaime I, que figura en la misma plaza junto al Bar. En ella se explica el origen de Alquería denominada Petraher, derivando posteriormente su nombre a la actual Patraix. Situada en el suroeste de la Ciudad, la plaza de Patraix y las construcciones aledañas que la forman, sobrevive a pesar de los embates especuladores de las empresas constructoras, que en época “del ladrillo” la intentaron transformar. De hecho, podemos observar la anarquía de sus edificios, en la que contrastan los bloques de pisos de mediana altura con casas adosadas al estilo de pueblo; y con alguna alquería, conservada cual reliquia,  convertida en negocio hostelero.

El Bar Patraix es un establecimiento que cuenta con un local espacioso y con una terraza exterior de carpa que da a la amplia plaza. Los Buidaolles prefirieron, como de costumbre, entrar al interior; pues la temperatura de ese cálido día aumentaba considerablemente con el efecto invernadero que se suele producir bajo la carpa. Un interior que no aporta nada en estilo ni en confort; seguramente habrán transcurrido décadas sin apenas un cambio en su estética. Ni siquiera las vigas del techo son reales, pues, imitando a madera vieja, forman ese trampantojo de corcho pintado, que no deja de darle al local un aspecto cutre e impersonal, sin llegar a representar a un bar moderno ni a las tabernas que en otra época pudo haber en la zona. 

En cuanto a sus productos, tampoco se puede decir que el Bar Patraix destaque por su calidad y variedad: pan poco reciente, sin llegar a ser correoso ni duro; frituras escasas; pocas guarniciones y un tanto desabridas… Como algo distinto a lo que otros establecimientos ofrecen, podemos destacar las albóndigas en salsa. También ofrece algo de bollería, para quien quiera desayunar en lugar de almorzar. En
cuanto al precio, se puede decir que este es aceptable

Todo esto, en una mañana en la que era recurrente hablar en la tertulia del conflicto catalán, pues a pesar de que siempre se evita tratar temas de política y de religión, con el fin de no herir sensibilidades, y que un momento de relax llegue a convertirse en otro de tensión, la preocupación de todos era tanta, que, entre las risas, por las anécdotas contadas, y los lamentos, por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, resultó inevitable no entrar en este espinoso asunto que tantos distanciamientos está originando.

            Pero también se habló de la actuación del día anterior de los incombustibles Rolling Stones, lo que constituía ya su concierto número 22 en suelo español, esta vez en Barcelona. Y siempre esperando que no sea la última, aunque debido a sus edades, ya sería un lujo si volvieran de nuevo.

            En una semana en la que Hugh Marston Hefner nos abandonaba. El personaje carismático e icono de la revolución sexual, precursor del erotismo y patriarca del imperio Playboy, nos dejaba a los 91 años de edad.

            También se estuvo hablando de la dudosa calidad de las aguas de Valencia y de la necesidad de poner algún descalcificador doméstico.

            Debates, anécdotas y risas son la mejor terapia para superar todo tipo de conflictos en armonía y buen humor.


José González Fernández