viernes, 28 de septiembre de 2018

Bar Culebras, calle Sant Josep Artesà, 30, Benicalap, Valencia (28-09-2018)





A temprana hora de la mañana, el insolente y, a la vez, acariciante sol, se colaba de contrabando cual ladrón por el vano de la ventana, sin necesidad de que el despertador, avisara de que había llegado un nuevo día, al tiempo que ayudaba a caldear el dormitorio que la fresca madrugada había enfriado.

Se notaba la llegada del otoño, tal vez la época mejor recibida por la mayoría de los habitantes de la ciudad del Turia, pues, a diferencia de años anteriores, había llovido lo justo y necesario para saciar la sed que la tierra acarreaba de los meses del estío.

En aquella zona de la Ciudad, tal vez, en otro tiempo, todo fueran campos con gran variedad de cultivos, entre los cuales se encontraran las alquerías que dieran el nombre a la pedanía (ahora distrito) de Benicalap.  En la actualidad, todo son edificios y talleres de artesanos falleros. Lo que se ha dado en llamar “Ciudad Fallera” es el polígono en el que se ubica la industria de la artesanal actividad, que hace posible una de las manifestaciones culturales más importante de España, considerada patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco.


Ahora, en el primer mes  del otoño, ya se construye aquello que va a servir para saludar a la primavera; la combustión de estos grupos escultóricos representan el eco social en forma de caricatura y sátira, con los temas y personajes de más candente actualidad.


No es de extrañar, por lo tanto, que una de las calles que cruzan este complejo artesanal, llegando hasta la zona residencial, se llame “Sant Josep Artesà”. En esta zona del extrarradio, las lagartijas, los topillos, las culebras y otras alimañas, no son muy frecuentes, sin embargo, llama la atención el nombre de uno de los establecimientos que podemos encontrar en el número 30 de dicha calle,  cuyo nombre es: “Bar Culebras”. Pero no se asusten, ni en el interior del local, ni en su terraza, ni en primavera, ni en temporada de letargo, van a ser sorprendidos por  la presencia de este hosco y repulsivo ofidio. El nombre del recinto se debe a que “Culebras” es el apellido del dueño del mismo; un local que viene funcionando desde al año 1988, como así reza en el cartel a la entrada del establecimiento.
 





Grandes bocadillos con todo tipo de productos de la tierra y del mar: longanizas, morcilla, chorizos, habas, patatas fritas, esgarraet, rabas, pimientos, tortilla… son servidos en media barra de buen pan.


El lugar es cómodo y el aparcamiento es fácil en la zona. El precio, de lo más barato de la Ciudad. No obstante, entre los aspectos negativos hemos de hacer mención al servicio; este es algo lento. Además, en el almuerzo no ofrecen un producto tan típico y solicitado como es el cremaet. 


En este día, Los Dalton Buidaolles hablaban de la música de U2 y de su reciente actuación en Madrid después de 13 años. Una actuación esperada con incertidumbre por si se suspendía, como ocurrió en el concierto de Berlín de hacía tan solo unos días, donde el cantante y líder de la banda se quedó sin voz, pero esto aquí no llegó a ocurrir y la actuación estuvo a gran nivel.

Las tertulias en todos los bares se hacían eco ese día de lo que la prensa había destacado a lo largo de la semana; los nuevos escándalos destapados de los ministros del gobierno socialista. En las conversaciones grabadas y filtradas por José Manuel Villarejo - un ex comisario de policía -, se ponía en evidencia a la Ministra de Justicia Dolores Delgado; como consecuencia de una comida que tuvo en el año 2009 con el ex policía – ahora en prisión provisional -. Ella y otros miembros de la judicatura se dieron cita con el mencionado personaje, en la que, de modo informal, se habló de ciertas personalidades, no presentes, en tono despectivo y jocoso.

   También, en el almuerzo de Los Buidaolles, se comentó la noticia de otro ministro, Pedro Duque, quien aparecía en los tabloides, en este caso, por haber utilizado, hace algunos años, sociedades pantalla para no declarar sus impuestos. En tono de humor se decía, que tal vez el ex astronauta declarara sus impuestos en Marte o en algún otro planeta de nuestra galaxia, sin que esto pudiera llegar a considerarse evasión fiscal, ya que el científico había desarrollado su actividad profesional en el espacio sideral.  



   Transcurren los días, las semanas, los meses y los años, pero esta banda continúa con sus buenas costumbres, su buen sentido del humor y, lo más importante, con su extraordinaria sintonía.
José González Fernández

viernes, 21 de septiembre de 2018

Bar Serrería, calle de la Serrería, 49, Valencia (21-09-2018)


            Al este de la Ciudad, desde la avenida del puerto hasta la estación de tren de El Cabañal, donde termina la avenida de Blasco Ibáñez, transcurre la calle Serrería, cuyo nombre se lo debió dar alguna fábrica hasta la que llegarían los troncos a través del ferrocarril, para ser convertidos en la materia prima de la industria del mueble, de las traviesas de las vías del tren, de la construcción naval… entre otras muchas utilidades que se le podrían dar en la zona; cuando la madera llegada entonces de la inmensa foresta levantina  constituía una fuente de riqueza importante para toda la región.

            Aquella vieja estación - ya en el distrito de El Cabañal-Cañamelar - fue derruida, construyéndose la nueva a 150 metros al norte de donde estuvo ubicada la antigua. Tampoco queda nada de la antigua fábrica de cerveza “El Águila” – construida en 1944, cuyo edificio fue demolido en 1990 -, junto a la que pasaban las propias vías del ferrocarril antes de ser soterradas. Su solar se ha convertido ahora en un polideportivo municipal y el espacio por donde pasaban las vías es el que conforma la misma calle Serrería y otras aledañas.

            En ese enclave eminentemente urbano se encuentra el Bar Serrería, un local que no cuenta con un gran aforo interior, pero sí con terraza.
            El mayor aliciente que presenta este establecimiento es su gran variedad de productos para el almuerzo. Todos a la vista, perfectamente expuestos, con un servicio esmerado, rápido y, en definitiva, eficiente.
Difícil decidir ante tan amplia y apetitosa oferta; la cara de satisfacción de estos Buidaolles, no se sabe si es debido al efecto hipnótico que ejercen los seductores manjares en los sentidos del olfato y de la vista, o a las acariciantes palabras de la camarera, quien adulaba a todos los clientes con frases cariñosas y lisonjas varias.  
            Bocadillos de todas clases y platos combinados aparecieron sobre aquella mesa alargada ocupada por once comensales. Carne con cebolla y pimientos, cazón con habas, platos combinados con berenjenas y calamares, tellinas con tomate, el típico esgarraet… entre otros productos, fueron degustados ese día en la terraza del establecimiento.

A la sombra de las sombrillas o a la del propio edificio, ese día se estaba bien en la calle; no hacía calor ni tampoco viento, y daba gusto, un día más, continuar con la habitual tertulia que caracteriza estos encuentros.

       Ese día se seguía rumiando el desconcierto del comienzo del curso académico y, en tono de humor, se hablaba de los intentos de los jefes por torpedear al grupo de Los Dalton Buidaolles, para evitar así que coincidieran con hora libre en la franja horaria del almuerzo. Con recelo se percibían esas lúdicas y hedonistas salidas del numeroso grupo que, con toque festivo, daba la impresión de que adelantara el comienzo del fin de semana. Sin embargo, al final, parece que surgió la cordura, siendo conscientes de que esas preferencias de librar a media mañana un par de horas, daba lugar a que otros compañeros y compañeras pudieran entrar más tarde y salir más temprano, resultando compatible tal desiderata; en una jornada de dos turnos con franjas horarias desde las ocho hasta las 21 horas, se podían hacer muchas combinaciones y contentar a todo el mundo.

       Desde aquí, una vez más, queremos poner de manifiesto que el objetivo de esta banda de pacíficos - aunque glotones – docentes, además de darse un pequeño festín, también tratan de llevar a cabo una de las dinámicas de grupo más importante en la organización de empresas u organismos públicos, la cual consiste en canalizar la relación informal, producida fuera del ámbito de trabajo, hacia estructuras formales como pueden ser los equipos educativos y de coordinación didáctica. 

   Ese conocimiento mutuo de las diversas personalidades en un ambiente distendido, da lugar a que se produzca la sinergia necesaria en el trabajo del día a día y ayude a la resolución de conflictos. Por otra parte, el objetivo también es cultural, pues se trata de revitalizar una tradición tan arraigada a esta tierra como es la del esmorzaret, al tiempo que, a través de esta humilde página, se dan a conocer los rincones de la Ciudad y de su área metropolitana: su economía, sus costumbres, sus formas de vida… dentro de un contexto histórico y geográfico.

       El espacio tan reducido entre la carretera y la terraza del bar impedía sacar una foto completa del grupo sin poner en peligro el ser atropellado por alguno de los muchos vehículos que a esas horas circulaban por la calle Serrería. No obstante, dos simpáticas chicas de la mesa de al lado: Laura y María, se mostraron dispuestas a sacar la foto al grupo completo situándose en la misma carretera. Desde aquí nuestro agradecimiento.
       En ese día soleado que subía de nuevo la temperatura y parecía preparar el cronológico “Veranillo de San Miguel”.



José GonzálezFernández

viernes, 14 de septiembre de 2018

Restaurante La Estela, avenida de Las Cortes Valencianas, 120 B, de Tavernes Blanques (Valencia) (14-09-2018)


       Habían transcurrido más de dos meses desde la última vez que se reunían para aquello que les proporcionaba energía y bienestar durante toda la semana.

            Las tormentas y chaparrones de días anteriores no sirvieron para refrescar el ambiente. Más bien al contrario, la temperatura en ese día; casi al final del estío, producía un calor húmedo en una atmósfera asfixiante, lo que daba lugar a que la transpiración corporal mojara la ropa con solo salir a la calle a pasear. Todo ello no era más que el preludio de lo que,  la mañana del día siguiente, sábado, iba a caer en la ciudad de Valencia. Esta vez, la mascletá no la produjeron los pirotécnicos habituales, no. Las fuerzas de la naturaleza se dieron cita a temprana hora matinal, con todo estruendo y resplandor, cuando los vecinos de la ciudad del Turia y localidades aledañas, aún se revolvían inquietos entre las sábanas, creyendo estar en la zozobra de un angustioso sueño.    


          Sin embargo, la mañana del día anterior, viernes, como de costumbre, Los Dalton Buidaolles cabalgaban de nuevo, aunque, eso sí, con los caballos de vapor de sus respectivos vehículos a motor, pues no estaba el día como para prescindir de su confort. Esta vez el desplazamiento, para algunos, era largo; se trataba del municipio de Tavernes Blanques, una localidad de la Huerta Norte, cuyo nombre ya evoca sensaciones placenteras y hace presuponer la existencia en la misma de bares, tascas y, obviamente, tabernas. Sin lugar a dudas, su toponimia nos indica que en el lugar debieron existir tabernas romanas en lo que fue la Vía Augusta que cruzaba la zona de norte a sur. En cuanto a la segunda parte de su nombre: “Blanques”, puede ser porque estuvieran enjalbegadas con cal o porque hubiera en la zona curtidores de piel (blanquers en valenciano).  Una localidad huertana que ha vivido desde antaño del cultivo de la chufa y del arroz, fundamentalmente, y que ahora mantiene su nivel de crecimiento económico gracias al proceso de transformación y comercialización de estos típicos productos de la zona.


            La antigua carretera en dirección a Barcelona cruza una localidad en la que aún se mantienen las construcciones decimonónicas típicas del estilo huertano de construcción neobarroca exportada de la ciudad al ámbito rural.

La cruz cubierta, bajo templete de teja árabe azul, de la localidad de Almassera, en las cercanías de Tavernes Blanques, indica – al igual que otras existentes en distintos puntos del área metropolitana – la puerta de entrada a la misma. Esta es conocida como la del camino de Barcelona, por ser el acceso de quienes procedían del noreste de la península.

            El Restaurante Hotel La Estela se encuentra en el número 120 B de la Avenida de las Cortes Valencianas, en el mismo antiguo camino de Barcelona. El bar en el que se sirve el almuerzo debe ser centenario, al igual que los edificios colindantes. No obstante, el complejo hostelero en su conjunto ha debido ser remozado en diversas ocasiones.

            El almuerzo, a pesar de no contar ese día con gran variedad de productos, podemos dar fe de que los bocadillos que se degustaron fueron bastante aceptables en cuanto a la calidad del pan y al contenido del mismo, y lo mejor de todo, el precio. Por 4,50 €, se incluye el tradicional “gasto”, la bebida y el cremaet o café. Aunque el cremaet casi produce un efecto de “tumbadioses”, debido a su alta graduación, también es cierto que lo preparan en presencia del cliente – lo cual es de agradecer –, quien decide cuando apagar la llama que quema el alcohol del ron.

            Pero la gran especialidad de la casa no parece ser el esmorzaret. Todo indica que el prestigo del establecimiento se lo da su paella de Fetge de Bou (hígado de buey), tal y como reza en el cuadro y en la cornúpeta cabeza de morlaco que decoran el establecimiento.

Aquella tradicional gastronomía de la zona daba pie a Los Buidaolles a volver de nuevo al lugar, pero esta vez a comer o cenar, pues no podían dejar de probar tan suculento y afamado manjar.

            Un día en el que acababa de comenzar el curso académico 18-19, siendo el tema de conversación recurrente el de los horarios, los grupos de alumnos, los comentarios sobre nuevos compañeros y compañeras… Pero lo que ese día estaba en todas las tertulias eran las titulaciones académicas de los políticos y de cómo las habían conseguido: plagios en trabajos de máster y tesis doctorales, convalidaciones extrañas, aprobados sin hacer acto de presencia en las aulas… Todo ello creaba cierto malestar y desasosiego en la población, sobre todo en los jóvenes universitarios; muchos de ellos con sus máster ganados a pulso, trabajando de camareros o en el andamio, cuando otros con los mismos máster, “pero falsos”, gobernaban el país.

            No podría faltar ese día la obligada visita a una horchatería. Todavía hubo algunos de ellos que hicieron un hueco en su saco digestivo para dar entrada a la deliciosa horchara de elaboración propia. Los más osados pasaron a pie al pueblo de al lado, Almassera, donde en la Horchatería Subíes, degustaron no solo horchata, también las ricas cocas hechas con chufa. El local está decorado con los aperos de la recolección del diminuto fruto que da origen a uno de los símbolos de la gastronomía valenciana.

            Porque era necesario empezar con buen pie el nuevo curso, porque los mejores momentos de la vida se potencian mucho más si son compartidos, porque se debe seguir la tradición y las buenas costumbres, porque ese grupo humano – indistintamente de sus puntos de vista discordantes o coincidentes – son compañeros y, sin embargo, amigos.

José González Fernández