sábado, 27 de octubre de 2018

Bodega La Ibérica, calle Polo y Peyrolón, 29, Valencia (26-10-2018)


Las aguas habían vuelto a sus respectivos cauces después de que, en la semana anterior, se hubieran desbordado, inundando muchas ciudades bañadas por el Mediterráneo. La colaboración ciudadana y las ganas de volver a la normalidad, iba limpiando el lodazal en aquellas zonas en las que las precipitaciones llegaron a batir record.

Pero ese viernes, brillaba de nuevo el tibio sol otoñal, que se filtraba entre el sedoso velo de tul formado por unas nubes bajas; tal vez anunciarían un cambio del tiempo. Sin embargo, ese era el día perfecto para pasear, salir a la calle a hacer deporte y, ¡cómo no!, para almorzar. El cauce viejo del río Turia lucía su verdor característico y los árboles, agradecidos del agua recibida en días anteriores, limpiaban el aire y ofrecían oxígeno a los ciclistas, runners y senderistas que, a las diez de la mañana, poblaban todos los vericuetos del inmenso jardín.   Un grupo de algo más de cincuenta turistas alemanes, hacían pilates bajo el puente de La Alameda, mientras otro similar de orientales, buscaba el césped y las sombras de los pinos para controlar su energía a través del Tai Chi. Un sugestivo paisaje que alegraba la mirada e invitaba a afrontar el día con optimismo.

Ese día, Los Dalton Buidaolles -después de dos semanas sin quedar para el ya “consagrado” esmorzaret, debido a la festividad de El Pilar y a las fuertes precipitaciones del viernes anterior-, se daban cita de nuevo para vivir ese concupiscente momento en el que se para el tiempo, para dar rienda suelta a sus instintos más primarios, destinados a saciar sus apetencias carnales, aunque, a veces, lo que llene la andorga sean cefalópodos y otros productos de la tierra y del mar.




 Esta vez, el lugar elegido fue “Bodega La Ibérica”, en la calle Polo y Peyrolón, 29, muy cerca del campo de futbol de Mestalla; una calle que lleva el nombre de un escritor y político español del siglo XIX y principios del XX, que vivió y murió en Valencia. Una zona muy poblada de la Ciudad, ya visitada en ocasiones anteriores, junto a la avenida de Aragón; el lugar en el que desde 1902 hasta 1974 estuvo ubicada la estación de ferrocarril más antigua de España, que comunicaba Valencia con la provincia de Teruel.


Bodega La Ibérica es un establecimiento como tantos otros en ese distrito tan poblado, donde más bares por kilómetro cuadrado hay de toda la Ciudad. Lo más destacable del mismo es el precio tan asequible de su almuerzo; lo que no es de extrañar ante la gran competencia existente en la zona.

Con una renovada decoración que recuerda la de los viejos comercios de vino, bodegas o tabernas de hace más de un siglo, “Bodega La Ibérica” se esfuerza por transmitir esa imagen vintage; con utensilios y carteles de toros y de películas de hace un siglo, sin embargo, las vigas el poliestireno de su techo, imitando a madera vieja, ponían de manifiesto el artificio del conjunto, de un local ubicado en el bajo de un edificio de nueva construcción.


En cuanto a su oferta gastronómica, poco hemos de destacar; bocadillos no muy grandes de jamón y queso, de habas con jamón –donde el jamón es muy escaso-, de longanizas y pimientos… y poco más. Ningún producto del mar en su carta. A diferencia de otros establecimientos, aquí te atienden en la mesa, mostrándote la carta, lo cual, en principio, es de agradecer; pues te ahorran la molestia de hacer cola, pero te impiden ver el género y la posibilidad de combinar el bocadillo con aquello que, a la vista, resulte más apetecible. En cuanto a la calidad del pan; tantas veces evaluada desde estas crónicas -pues no en vano es la base del bocadillo-, hay que decir que deja mucho que desear, al menos ese día era un tanto correoso y poco crujiente.


            Los temas de tertulia ese día estaban referidos al asesinato en la Embajada de Arabia Saudí en Turquía del periodista, opositor al régimen absolutista, Jamal Khashoggi, quien entró en dicha Embajada y nunca más se le vio salir. En juego estaba la respuesta del mundo occidental –quien tan buenas relaciones mantenía con el país del petróleo.


            Se hablaba también de las actuaciones en España de Mark knopfler, en el próximo mes de abril. Los Buidaolles ya estaban gestionando la entrada para el concierto que el día 26 de dicho mes daría en Valencia. Un estilo musical con el que todos sintonizaban, aunque unos más que otros, claro. El animado coloquio derivó, como de costumbre, en las diferencias en cuanto a gustos musicales. Y aquí surgían quienes focalizaban sus preferencias hacia la música anglosajona de los años sesenta y setenta, considerando que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y que todo lo demás es basura. O la de aquellos quienes entienden que en la música, como en todas las corrientes artísticas, la percepción de la calidad es siempre muy relativa, y unos pueden ver arte donde otros no ven nada. No obstante, nunca se debe echar por tierra a aquellos grupos que forman parte de la historia de la música de nuestro país. Cualquier grupo o cantante, siempre que haya aportado algo a este panorama, siendo capaz de transmitir y apasionar a un importante número de personas, debe tener la consideración de un musicólogo que se precie. En el arte, como en la vida, solemos despreciar todo aquello que nuestro cerebro es incapaz de asimilar. El desconocimiento, nos lleva a hacer juicios de valor superficiales, sin tener en cuenta la calidad técnica o literaria de una determinada obra. Y entonces es cuando incurrimos en el maniqueísmo; cuando nos creemos en posesión de la verdad absoluta y nos fidelizamos a determinada corriente que, en definitiva, solo representa lo que fuimos, y no lo que somos ahora. Ese anclaje en el pasado, según los estudios del comportamiento humano, es un indicativo de que nos estamos haciendo mayores, costumbristas, rutinarios… incapaces de aceptar otras formas de hacer música que aquellas que, en nuestra juventud, nos introdujeron en el grupo, nos enamoraron, nos hicieron felices. Estamos renunciando con ello a las nuevas oportunidades que la vida, a veces, nos ofrece. Porque ya no nos gusta cómo somos, preferimos conservar la imagen de cómo éramos, alabando todo aquello que nos rodeó en ese recuerdo grato del pasado, y abrazados a los tópicos y estereotipos de aquella época.

El animado y entretenido coloquio llevó a proponer, por parte de alguno de los más puristas del rock y de la música progresiva de los setenta, que el resto de los miembros del grupo confesara si alguna vez habían estado en lo que él consideraba música para “moñas” y “horteras”.  Curiosamente, la mayoría revelaron haber asistido a conciertos de Georgie Dann, Juan Luis Guerra, Dani Daniel, Julio Iglesias… entre otros cantantes demonizados por los extremistas y frikis del estilo musical rockero. Y es que los gustos y aficiones culturales no tienen por qué clasificar a las personas, aunque muchos grupos sociales se hayan etiquetado con determinados subgéneros del rock.


…Pero con distintos gustos, aficiones e ideologías, este grupo se mantiene unido por la amistad y por su común afición al buen yantar.
           
José González Fernández


sábado, 6 de octubre de 2018

Bar-restaurante Tres Camins, Camino de Anouers, 97, Pinedo, Valencia (05-10-2018)



      Maltratada y abandonada por ediles de varios colores e ideologías políticas, víctima del desatinado afán especulativo, constreñida por el crecimiento del puerto y la inoperante ZAL (zona de actividades logísticas); que tanto dolor causó a quienes vieron cómo les expropiaban de su vivienda, sin que ello tuviera efecto en la riqueza ni en los puestos de trabajo de la zona - pues llevan más de 22 años paralizadas las obras por impedimentos legales -, la barriada de La Punta y su paisaje huertano, sobrevive en su anarquía, crucificada por el ferrocarril, por la autopista y por las vías de servicio.


     Una zona de la Ciudad que languidece lentamente, a pesar de los intentos de artistas grafiteros por lanzar un SOS en las fachadas de sus edificios a punto de abatirse por el paso del tiempo. Otros, sin embargo, se encomiendan a la “Mare de Deu”, para que les saque de su propia depresión y del olvido de los poderes públicos.

           
   De la barriada de La Punta, y de su problemática, ya hemos hablado en ocasiones anteriores en las que visitamos alguno de los establecimientos de la zona. Esta vez, Los Dalton Buidaolles visitan el Bar-restaurante Tres Camins, localizado junto a La Punta, pero que pertenece a Pinedo. Las crecidas del río Turia obligaron a construir, en los años cincuenta, un nuevo cauce que va desde Quart de Poblet hasta Pinedo, dividiendo el territorio de diversos términos municipales, entre ellos el de Pinedo. Dicho cauce ha evitado muchas inundaciones en la Ciudad, pero ha roto las comunicaciones entre los pueblos y aldeas, deteriorando su hábitat. Un ejemplo de ello es el del lugar donde se encuentra el Bar visitado este viernes, el cual toma su nombre de los tres caminos existentes antaño en la zona, y de los que solo queda el de “Anouers”. Pero los males de los habitantes de la zona de Tres Camins no acaban aquí. En el año 2005, con motivo de la ampliación de la depuradora de aguas de Pinedo, una parte importante del barrio fue borrada del mapa, ignorando a las familias que tienen sus viviendas a escasos metros de la verja de sus instalaciones, quienes han de soportar los malos olores, sobre todo cuando sopla viento de poniente; muchos de ellos se lamentan diciendo que les han acorralado, como si se tratara de animales, en una superficie triangular.

           

     Es el contraste de una Valencia moderna y próspera, la de los monumentos de Santiago Calatrava que se dibujan en el horizonte, con la decrepitud latente de lo que, en otro tiempo, fue un idílico paraje, convertido ahora en un suburbio inhabitable.  

              El Bar-restaurante Tres Camins es el refugio del desconsuelo de unos vecinos que, de manera estoica, se niegan a abandonar la zona que les vio nacer y crecer. Sin embargo, este establecimiento no solo es visitado por los habitantes del lugar, también acuden allí los trabajadores de la depuradora, los agentes del orden público y los curiosos e investigadores gastronómicos, como es el caso de Los Dalton Buidaolles.


            Este establecimiento está respaldado por una buena crítica, pues, no en vano, a la hora del almuerzo, su aforo interior y su terraza suelen estar llenos de clientes. Sin embargo, siendo fieles a la verdad, este negocio hostelero no destaca en nada: ni en el la calidad, ni en el precio, ni en el buen servicio, ni en la decoración…


            Después de llevar más de media hora esperando en la mesa a que la única camarera del local se pasara a tomar nota de la comanda, Los Buidaolles se acercaron hasta una ventana-mostrador que comunica el bar con la cocina, donde hubieron de esperar otra media hora más para ser atendidos. Todo ello era comprensible, pues, también en la cocina, solo había una sola persona; una señora mayor, que por mucha voluntad que ponía la mujer, no daba abasto para atender a tan hambrientos comensales. Había que agradecer, por otra parte, que hicieran los bocadillos en el momento, mientras esperabas observando impaciente los movimientos de una persona poco acostumbrada a las prisas de la gente. Tal vez los productos fueran de calidad, pero el simple hecho de ver, desde afuera, una cocina con tan poca higiene y tan mal organizada, producía cierta repulsa o predisposición negativa. Por otra parte, hay que hacer mención también a la poca variedad de su oferta gastronómica; todo se limitaba a productos cárnicos de cerdo, asados a la plancha o fritos en una sartén, siendo escasa también la guarnición en: habas, patatas, pimientos, cebolla…


            Un local que no atrae tampoco por su decoración; ni conserva la tradición de una taberna huertana, ni el refinamiento de un restaurante de capital. Tal vez sea un reflejo de la decadencia del propio entorno. No obstante, el cremaet que sirven es de calidad, hecho en el acto y en el propio vaso, con su justo punto de temperatura, azúcar y alcohol. También los “cacaos del collaret”, típicos de la zona, mucho más sabrosos que los de otras variedades.

            En ese día todos los comentarios de Los Dalton Buidaolles estaban relacionados con el escándalo producido por los insultos que, en privado y a micrófono abierto, hizo el juez del juzgado nº 7 de violencia contra la mujer,  José Manuel Martínez Derqui,  quien llegó a llamar “bicho e hija de puta” a la modelo María Sanjuan.

            También se habló del caso de Brett Kavanaugh, el juez que había sido nombrado miembro vitalicio del Tribunal Supremo, en medio de la descomunal polémica por las acusaciones de acoso sexual que pesan sobre él. Una muestra más del movimiento “Me too,  que pone en peligro al partido republicano, ante las elecciones legislativas de noviembre.

            En otro orden de cosas, se habló de la dependencia que actualmente tenemos del teléfono móvil. Alguien comentó una anécdota con referencia al cuento infantil de Hansel y Gretel. El cuento que a todos de niños nos ha hecho estremecer, ahora cualquier niño te lo podría desmontar diciéndote: “…¿pues si se perdieron, por qué no llamaron a sus papás con el móvil?” Una tecnología tan incorporada a nuestra vida, que ya incluso forma parte de nuestra anatomía.

            La subida de precio del combustible diesel estaba siendo también criticada por algún sector de la población que veían como  la inversión en sus vehículos diesel, aconsejable hace unos años, estaba siendo ahora gravada por los altos precios del combustible, en un intento del Gobierno para disuadir al consumidor en la adquisición de este tipo de vehículos, con el fin de proteger el medio ambiente.

           


Todo esto y mucho más en un día en el que las nubes, en formación de cúmulos, iban haciendo acto de aparición para más tarde difuminarse, quedando una temperatura casi veraniega, a pesar de que en otras latitudes de la península habían amanecido con las primeras heladas.



José González Fernández