domingo, 25 de junio de 2017

Restaurante Ca Marcos (Beniparrell) 23/6/2017



El verano en el almanaque acababa de hacer su entrada, pero en el aspecto climatológico se estaba dejando notar desde finales del mes de mayo. El record de temperaturas, para el mes de junio, se había alcanzado en la península, con registros de 44 grados en la Meseta, Andalucía y Extremadura. Hacía mucho tiempo que en el citado mes no se alcanzaban esas cifras.

Entonces, ¿si el verano acababa de llegar, lo de las tres semanas anteriores había sido un simulacro, o era tal vez un conjuro astral para hacernos pasar por ese purgatorio previo al infierno del venidero mes de julio? 

Incluso en la ciudad de Valencia, el mercurio llegó a alcanzar los 38 grados a la sombra en alguno de los días anteriores. Aquella soporífera mañana, previa a la ardiente noche de San Juan del solsticio de verano en la ciudad del Turia, Los Dalton Buidaolles se dirigen a Beniparrell, a nueve kilómetros de la Capital, situado en la zona de transición de la Huerta Sur Valenciana a la Ribera del Júcar. Un pequeño municipio constituido a mediados del siglo XIX, que posteriormente perteneció a Albal, pero que a finales de dicho siglo recuperó de nuevo su independencia.  Su economía está basada en la agricultura de regadío – abasteciéndose de las aguas del Río Júcar, a través de la Acequia Real – y en una industria muy relacionada con la de la Capital: mueble, juguetes, papel, etc. 
Allí, en su amplio polígono industrial, en la calle Camí del Racó, 1, se encuentra el Restaurante Ca Marcos, un establecimiento poligonero que ofrece variedad de productos, tanto en el interior del local como en su terraza. Su clientela está formada, sobre todo, por los trabajadores del polígono, transportistas y otros visitantes ocasionales. Pero no solo ofrece almuerzos, también comidas y eventos a grandes grupos. Una de sus especialidades, a buen precio, es el arroz con langosta o bogavante. Sin embargo, a las 10:30 horas, momento en el que llegaron Los Buidaolles, la amplia variedad de viandas que suelen ofrecer de buena mañana, ya se veía reducida a su mínima expresión, lo cual no fue óbice para que pudieran degustar un buen bocadillo de carne de caballo con tomate y cebolla. El hecho de que la jornada laboral comenzara a las 7 de la mañana en horario de verano, era un indicador del agotamiento de sus existencias, pues, seguramente, ya habrían pasado por allí sus clientes habituales, debido al lógico adelanto también de la hora del almuerzo. Es de destacar en Ca Marcos su cremaet de gran calidad; algo tan característico de esta zona, mucho más que un carajillo en otros lugares. Algunos granos de café y trocitos de limón, flotan en el café líquido y el coñac o whisky en el fondo del vaso, previamente quemado su alcohol, con gran pericia, para restarle grados al combinado. Todo ello con azúcar y canela en polvo.


A pesar del calor sofocante de la mañana, con 30 grados a la sombra, cada uno de los Los Buidaolles fueron capaces de meterse entre pecho y espalda ese selecto elixir espirituoso, ignorando por completo los efectos secundarios que pudieran producirse en tan comburente y húmeda, a la vez, mañana estival.  

Uno de los temas de conversación estuvo relacionado con el deporte UFC (Ultimate Fighting Championship), unas artes marciales mixtas que consiste en una pelea entre competidores de distintos estilos, en un combinado de artes tales como: boxeo, jiu-jitsu brasileño, sambo, lucha, muay thai, karate, judo, entre otros. Esto es algo que está arrasando actualmente en audiencias televisivas y en asistencia a los pabellones, donde el ring es una jaula octogonal con una lona acolchada, en la que parece que vale casi todo, con algunas excepciones, claro… como por ejemplo: pisar la cabeza del adversario. Una lucha completa, un gran espectáculo sensacionalista que se nutre por aquellos espectadores ávidos de violencia, con una carga agresiva que dista mucho de la filosofía oriental pacifista del yin y el yang.

También hubo otros temas de tertulia, pero estos mejor dejarlos en el secreto del sumario, pues el momento solaz de desinhibición y esparcimiento, daba pie a comentarios y chascarrillos no siempre aptos a la ética del lector y objeto de autocensura de este cronista.

En esa mañana previa a la noche de San Juan, en la que arde una parte de la península bañada por el Mediterráneo, los Buidaolles comparten viandas y tertulia, igual que dice la canción “Fiesta” de Joan Manuel Serrat en una de sus estrofas:




“…en la noche de San Juan,
como comparten su pan,
su tortilla y su gabán,
gentes de cien mil raleas”


Curiosamente, la versión original, antes de ser censurada en la época franquista, en lugar de “tortilla”, decía “mujer”.  No obstante, Los Buidaolles es posible que no llegaran a atreverse a hacer lo que la versión original recomienda.

José González Fernández

domingo, 11 de junio de 2017

Cantina Guardia Civil (Calle Cantarranas, 3) 09/06/2017



           
            Otra brumosa mañana sobre la ciudad de Valencia cuando, ya desde tempranas horas, empezaba a subir la temperatura con ese calor húmedo y sofocante propio del estío en la costa levantina.
Una mañana de viernes en la que Los Dalton Buidaolles fueron a parar al cuartel de la Guardia Civil. ¿Qué falta o delito habrían cometido para tener que ir a dar con sus huesos en los bajos del edificio de la Benemérita? ¿Cuan grande sería el atracón que les llevó a recalar en esos lares?
En realidad, nada que pudiera estar tipificado en los códigos Civil o Penal. Tan solo el mero placer de degustar los sabrosos almuerzos que ofrece su cantina, no solo a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado – Guardia Civil, Policía de Aduanas, Policía Nacional, etc.-, también a cualquiera que no tenga reparos en compartir el espacio con semejantes autoridades del orden público, pues no en vano todos los días son de puertas abiertas a cualquier ciudadano que quiera acudir a tan honorable establecimiento.


En la calle Cantarranas, 3, al este de la ciudad y muy cerca del puerto, está el cuartel de la Guardia Civil de Valencia, ocupando una gran superficie, en cuyos sótanos se encuentra la cafetería o cantina. Tal vez, en su día, para ofrecer algún refrigerio a los defensores de la Patria y del orden, pero que en la actualidad permanece abierta a todo tipo de público. Un local no muy refinado; pues es obvio que fue pensado para prestar un servicio asistencial sin lujos ni exceso de comodidades. No obstante, ofrece un buen servicio y, sobre todo, a un precio inmejorable.

Tendríamos que preguntarnos ¿qué sería primero el nombre de la calle – Cantarranas- o la construcción del cuartel? Porque las ranas suelen cantar en humedales de agua dulce, y aquí la proximidad al mar no es muy propicia para tan singular batracio. Por otra parte, si consideramos que la construcción del edificio se remonta a los años cuarenta o cincuenta - época de esplendor de la Dictadura Franquista – todo induce a pensar que lo que ahora es la cantina, antes fueron los calabozos donde les hacían cantar a los delincuentes, a través de los coercitivos métodos de seducción o tortura, quienes tras pasar por alguna de esas sesiones, contestaban a las preguntas emitiendo sonidos similares al “croar” de las ranas.  Pero claro… eso solo forma parte de la imaginación de una mente peliculera y novelesca de alguno de los Buidaolles, sin la existencia de hechos probados. El origen real del nombre del barrio podría estar en la existencia de estos anfibios en el lugar, dada la proximidad de la desembocadura del río Turia.


El tema de la tertulia del día fue el terrorismo yihadista – este sí, con la seriedad que el mismo infunde -, debido a los recientes atentados en Londres y Mánchester. La preocupación de la tertulia estaba en torno a la propagación del islam en occidente y del pensamiento fundamentalista. Sus proclamas para conquistar España a través de las corrientes migratorias. Digno de mención fue el adoctrinamiento que, desde alguna mezquita, estaba haciendo algún imán quien veía a España como un país de gente débil, sin sentimiento hacia el patriotismo, fácil de seducir a través de las drogas. El escrito dirigido a sus fieles dice frases tales como la siguiente: “En este tipo de sociedad, sin valores y proclive al pecado, es fácil penetrar, pues su enfermedad moral será el campo propicio para nuestros intereses” . Otro de los objetivos de este fundamentalismo es la ocupación pacífica del territorio, legalizando su situación, empadronándose, adquiriendo propiedades, montando empresas… consiguiendo la nacionalidad. Se piensa que la baja natalidad de occidente dará lugar a que, dentro de unas décadas, la población musulmana supere a la de otras religiones, controlando las instituciones y los poderes de nuestro estado de derecho e imponiendo su cultura.

Sin lugar a dudas, esta es una vía pacífica de conseguir sus objetivos; sin atentados terroristas y sin sacrificar sus propias vidas a través de inmolaciones o tiroteos con nuestras fuerzas de seguridad.

Todo esto constituyó un largo coloquio tras el almuerzo, un debate que permanece latente en nuestra sociedad no exento de polémica, pues es obvio que se cruzan las ideologías de quienes piensan que, el simple hecho de tratar este tema, ya supone fomentar el odio - pues no todos los musulmanes son iguales -, y aquellos otros que defienden el proteccionismo y el cierre de fronteras incluso para los refugiados. Dos corrientes de pensamiento diametralmente opuestas, pero no carentes de argumentos para defender sus posturas.    



Y volviendo de nuevo al insólito lugar del almuerzo, es de mencionar que en este establecimiento se puede comer en gran cantidad, siempre que el estómago lo permita, pero mucho cuidado con las bebidas espirituosas. Sin lugar a dudas, mejor que en ningún otro lugar, puedes ser observado por la autoridad del orden, quien, sin necesidad de hacerte soplar, te puede multar basándose en pruebas evidentes e irrefutables. Por eso, aquí mejor que en ningún sitio cabe decir aquello de: “Si bebes no conduzcas”, de lo contrario ya sabes a lo que te expones. 


José González Fernández

miércoles, 7 de junio de 2017

Bar-Restaurante Casa El Famós (Ermita de Vera) 02/06/2017

Bar-Restaurante Casa El Famós (Ermita de Vera) 02/06/2017

El calor húmedo se dejaba notar en la brumosa mañana de primavera en toda la la huerta valenciana. Los medidores callejeros de temperatura indicaban a la sombra más de 26 grados en el momento en que los Dalton Buidaolles se dirigían al Bar-restaurante “Casa El Famós”, para realizar su semanal almuerzo.

A pie, en coche o en bicicleta acudieron, unos más puntuales que otros, al  bucólico paraje ubicado en plena huerta valenciana, justo al lado de la Ermita  de Vera, al noreste de la ciudad. Su verdadero nombre es Ermita de la Inmaculada Concepción, aunque es conocida como Ermita de Vera, pues su nombre se lo da el lugar –Partida de Vera- por el que pasa la acequia del mismo nombre, que es un ramal a su vez de la acequia de Mestalla. El origen del templo se remonta al siglo XV, aunque su actual estructura y remodelación proceda del siglo XVIII.

Las acequias del río Túria, que tanta vida y grandeza le han aportado a la huerta valenciana, y por ende a su economía a lo largo de los siglos, son canalizaciones de agua que proceden de la época de los romanos, aunque llegaron a desarrollarse en la época de explendor del dominio musulman.

Junto a la ermita se encuentra también el Molino de Vera, divididos por una pared y con un porche común. El molino fue propiedad de las Marqueses de Malferit y lo adquirió el Ayuntamiento de Valencia para instalar en él el Museo de la Agricultura Valenciana. Fue en su día de gran importancia en la zona, convirtiéndose el lugar en el centro rural de las numerosas alquerías diseminadas por todo el entorno, de las cuales aún quedan algunas. Una muestra de ello la podemos apreciar en la construcción que alberga el propio negocio hostelero “Casa El Famós”.

Casa El Famós es un bar-restaurante que ofrece al cliente todo tipo de servicios: almuerzos, comidas, cenas y eventos especiales de comidas de grupos por encargo. En su interior o en su terraza – desde la que se puede admirar la ermita y el amplio horizonte de huerta – se ofrecen almuerzos muy variados, en plato o en bocadillo, como los que aquí podemos observar. Pero si tuviéramos que destacar algo en Casa El Famós, hablaríamos de su all i olli; ese producto casero, que allí se elabora de la forma más tradicional, presenta una consistencia, un olor y un sabor muy superior al que su puede consumir en otros establecimientos. 

Ir  a Casa El Famós es como ir un día a comer al campo pero sin prescindir de las comodidades de un establecimiento que se adapta a los gustos y necesidades de sus clientes sin perder la tradición culinaria del lugar donde se ubica.

Una mañana en la que el tema político a nivel internacional fue el abandono de Estados Unidos del acuerdo de 2015 de Paris sobre la emisión de gases de efecto invernadero, otra polémica decisión de Donald Trump para dar cumplimiento a sus promesas electorales en pro de los intereses de la nación.

Pero como este tema no daba pie a afrontar el fin de semana con alegría y optimismo, Los Buidaolles comenzaron a hacer planes para asistir a un concierto de música que se celebraría en la sala valenciana “16 Toneladas”, el día 7 de junio, en el que actuaría el prestigioso guitarrista de Memphis, Eric Gales.

Todo esto en un día en el que se celebraba el 50 aniversario de la salida al mercado del disco del Beatles “Sgt. Pepper's”.  El tema de conversación se derivó también al recuerdo de la música que vino después: el rock sinfónico. Esos temas en los que las tecnologías del sonido ayudaron a crear una música, a veces fruto del virtuosismo  profesional, pero otras producto de los efectos electrónicos combinados en los distintos instrumentos.

También se habló de las nuevas tendencias, sobre todo en España, de los festivales de música “Indie” y de los nuevos grupos que están surgiendo en este estilo musical.

Una semana más, Los Dalton Buidaolles se reúnen en torno a una mesa, con la alegría que les caracteriza y para ser conscientes de que pasa la vida, pero que en estos breves momentos es en los que se encuentra la felicidad.



José González Fernández