domingo, 24 de septiembre de 2017

Asador Ca ' Llacer, La Torre, Valencia (22-09-2017)



  Volvía otra vez ese día en el que el tiempo de luz iguala al tiempo de tinieblas, o, dicho de otra manera, la noche era igual que el día. Pero ahora en el equinoccio de otoño, en el que se deja notar el fresco de las mañanas y los tibios atardeceres. 

     Justo el viernes en el que Los Dalton Buidaolles visitan un nuevo establecimiento de La Torre, una pedanía perteneciente a Los Poblados Sur de Valencia.  Una zona en la que ya habían estado en anteriores ocasiones, debido al importante número de establecimientos que ofrecen calidad y variedad en sus ofertas gastronómicas. 

    La barriada o pedanía de La Torre, se asienta junto al histórico Camino Real de Madrid, y le da nombre el edificio de una antigua alquería fortificada de cuatro plantas, cuyo origen data del siglo XIV. 

    Actualmente se ha convertido en el patio trasero de la ciudad de Valencia, para ubicar en su entorno todo tipo de infraestructuras megalómanas a costa del detrimento de la propia huerta y del paisaje rural, gradualmente absorbido por la gran urbe, aislada por una gran maraña de vías portuarias, ferrocarril, cauce del río Turia… Una zona que, como otras, se sacrificó en la Dictadura Franquista en pro de ese proyecto ya referido en anteriores capítulos. Durante los años ochenta, al igual que ocurrió con otras barriadas marginales, este lugar fue asediado por el problema del paro, de la droga y la delincuencia. Aunque la tasa de paro aún sigue siendo de las más altas de la comarca; la delincuencia y el tráfico de droga, sin llegar a desaparecer, sí se han minimizado, gracias al trabajo y a la denuncia de las asociaciones de vecinos.

    El proyecto Sociópolis, intentó integrar el barrio en la ciudad, dotando al lugar de instalaciones deportivas a la vez que se impulsaba la construcción de 2.800 viviendas de protección oficial. Sin embargo, la explosión de la burbuja inmobiliaria ha frustrado, en parte, el ambicioso proyecto, presentando ahora una imagen de ciudad fantasma anexa al maltratado barrio. Toda esta maniobra especulativa ha degradado la huerta y, por el momento, las instalaciones deportivas brillan por su ausencia. 

    Al abrigo de esa ciudad fantasma, y en lo que es una antigua construcción de vivienda huertana, surge el Asador Ca’ Llacer un establecimiento que cuenta con unas instalaciones de gran calidad, tanto en el interior como en el exterior del mismo. No obstante, no se puede opinar del mismo modo de su servicio, de la calidad de sus productos y, como consecuencia, de su precio. Llaman la atención la gran cocina con el imponente asador como atractivo especial. Sin embargo, el servicio es lento y malo; se manifiesta la carencia de las mínimas habilidades sociales requeridas para este tipo de negocios: errores en los platos servidos, en el cálculo de la cuenta y devolución del cambio, malas caras o trato poco amigable… es lo que podemos observar a simple vista en este local. Es como si sus recursos humanos procedieran de otro sector de la producción, sin la más mínima formación en hostelería. Es como si se hubieran caído del andamio de una de las obras inacabadas de la zona, yendo a parar directamente al Asador Ca’Llacer. Además, el precio del almuerzo es mucho más caro que el de otros locales de la misma zona.

     Lo mejor que Los Buidaoles pudieron saborear fue la habitual tertulia en torno a una mesa redonda, lo cual facilitaba la conversación mirándose todos a la cara y, como de costumbre, compartiendo risas y conversaciones; esta vez con lenguajes oral y gestual. Mesa redonda para brindar con una fría cerveza por el fin de semana que, para algunos, ya estaba comenzando.

     Una mañana en la que los temas recurrentes eran las anécdotas sobre el comienzo del curso; del alumnado que a cada cual le había tocado en suerte y del nuevo profesorado que, como cada año por estas fechas, llega al Instituto.

   
Y todo en un viernes más en el que un grupo de compañeros, y sin embargo amigos, se dan cita para vivir ese pequeño instante de la vida… ese que, como tantos otros como este, te proporciona la verdadera y auténtica felicidad.

José González Fernández


domingo, 17 de septiembre de 2017

Bodega-Bar Flor, “El Cabañal” Valencia (15-09-2017)





        Por fin llega a nuestra ciudad esa brisa de la fresca mañana que te invita a pasear percibiendo el aroma que flota en el aire; cuando empiezan a caer las primeras gotas de lluvia después de un duro y seco estío. El olor que nos transportaba a otro tiempo, a otros lugares... algo que nos anunciaba la cercanía del deseado otoño.

       El aire de poniente transportaba desde el interior los cirrocúmulos que cubrían el cielo de la ciudad del Turia, cuando Los Dalton Buidaolles se dirigían al barrio de El Cabañal a cumplir con su costumbre semanal. Este viernes tocaba la Bodega Bar Flor, en la calle Martí Grajales, 21, frente a uno de los mercados de abastos más importantes de la ciudad.  El mercado de lo que en su día fue un poblado pesquero; ahora un barrio que, como ya comentamos en capítulos anteriores, estuvo a punto de ser demolido. La calle Martí Grajales se identifica más con la gran ciudad que con el propio barrio, tal vez por su anchura y sus construcciones, tal vez por la tipología de su población; probablemente de un nivel económico algo superior a la de las angostas callejuelas de ruinosas viviendas. Un barrio, en su día, condenado a muerte por inanición, pero que ni los políticos ni los especuladores inmobiliarios consiguieron acabar con su vida: sus costumbres, sus tradiciones… su cultura. Una cultura ancestral que se encuentra reflejada en la propia Bodega Bar Flor; fundada en 1893 por José Flor, como puede leerse en su vetusto botellero. Aquí; al igual que en tantos otros bares, bodegas, tabernas o mesones del barrio, se está revitalizando el tradicional esmorzaret. 

     
  En este establecimiento se pueden degustar una importante variedad de productos, en especial los frutos del mar, dada su proximidad al litoral y al propio mercado. Una curiosidad, que le distingue de otros locales, es la forma de servir el bocadillo, liado en una servilleta blanca de papel, algo que recuerda, a los más mayores, aquellas naranjas que también vendían envueltas cual producto de regalo.  No obstante, si hubiera que destacar algún aspecto negativo, tendríamos que hablar del precio: sin llegar a ser elevado, es superior al de otros establecimientos de la zona que lo ajustan a las situaciones de crisis y nivel económico de sus residentes. También es técnicamente mejorable el cremaet, pues daba toda la impresión que este había sido recalentado; cuando, en realidad, la calidad del producto se potencia al tomarlo inmediatamente después de ser quemado el alcohol en el propio vaso.

     Una mañana en la que el principal tema de conversación fue el suceso ocurrido en Ruzafa: Un psicópata asesino se da cita con su víctima – un peluquero - a través de una de esas aplicaciones de encuentros amorosos. En la vivienda, que el ex presidiario de origen sueco tenía alquilada en la fallera calle Sueca, es donde este da muerte a su víctima, descuartizando su cuerpo y transportándolo en maletas hasta diversos contenedores de basura. Al día siguiente, cuando la policía se dirigió a su domicilio, al pedirle que se identificara, este sacó un cuchillo y se lo clavó en el corazón a uno de los dos policías, momento en que el otro agente, con su arma reglamentaria, abatió a tiros al agresor en el mismo portal de su finca.

     
Este y otros temas son objeto de tertulia en la templada mañana de un mes septiembre, en el que se inicia el año escolar que supone la puesta a cero del contador ocupacional, tanto para alumnos como para profesores. Un mes en el que comienzan a desnudarse los árboles, a taparse las piernas de los hombres y los escotes de las mujeres. Pero como casi todos los años, el verano volverá a dar sus últimos coletazos allá por San Miguel, en el que serán frecuentadas de nuevo las playas de esta cálida y luminosa ciudad.

José González Fernández

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Bar- Restaurante Casa Cent-Duros, Borbotò. (08/09/2017)



Pasan los días, las semanas y los meses… pasa la vida. A punto ya de pasar también ese tórrido verano; asfixiante en el aspecto climatológico, inquietante en el terreno político-social, Los Dalton Buidaolles, con nuevo logotipo, vuelven al ataque para iniciar el curso académico con energías renovadas y sin que el peso de los años se deje notar en sus cabezas, aunque deberíamos decir en el interior de las mismas, ya que en el exterior casi todos peinan canas.

Las tensiones internacionales entre Corea del Norte y Estados Unidos siembran la preocupación en todo el mundo y amenazan la paz. Una paz inexistente, cuando los focos de conflicto bélico cada día son mayores en oriente medio y en los países árabes. Una paz embargada, cuando los atentados yihadistas llegan hasta Europa; como es el caso de lo ocurrido en las ramblas de Barcelona en el mes de agosto.
Pero como la vida debe seguir, Los Buidaolles preparan con alegría y buen humor el nuevo curso académico y, fieles a su ya arraigada tradición, visitan un nuevo templo gastronómico, esta vez el Bar- Restaurante Casa Cent Duros, en la localidad de Borbotó, en la calle Masarrochos, 10, a unos pocos kilómetros al norte de la ciudad, siguiendo el camino de Moncada.  El nombre de este local puede tener su origen de cuando aún se pagaba en pesetas: cien duros equivalían a quinientas pesetas, lo que sería igual a tres euros de hoy día. Sin embargo, en la actualidad el almuerzo, con cremaet incluido, supone unos cinco euros, aunque este precio puede aumentar si se elige para el bocadillo algunas viandas más selectas.


La pedanía de Borbotó fue municipio hasta finales del siglo XIX en el que pasó a ser una aldea de Valencia. Sus orígenes se remontan al siglo XIII en el que se crea una alquería andalusí, tomada por Jaime I de Aragón en
la conquista de Valencia.

El paisaje huertano permite relajar la mirada y, a pocos kilómetros de la gran ciudad, meterse de lleno en el ambiente rural puede ser una respuesta al estrés y a las prisas.  En Casa Cent Duros el tiempo parece no haber transcurrido. No. No exageraba Juan Echanove – famoso actor y buen crítico gastronómico - cuando decía que, todos los días, más de trescientas personas frecuentan
el local para degustar el típico almuerzo valenciano; de hecho, Los Buidaolles esperaron más de treinta minutos hasta que quedó libre una mesa junto a la que tomar asiento. La tortilla de cebolla, las croquetas de bacalao, los calamares con pimientos o habas tiernas, la sangre encebollada… forman parte de su diversificada oferta.
Especial mención requiere aquí también el cremaet, que, a pesar de lo que muchos piensen, no tiene gran contenido alcohólico, ya que la función de quemar durante unos segundos el ron que contiene, le baja la graduación, consiguiendo así un combinado perfecto con el café, la canela, el azúcar y el limón. En este local le dan un toque de distinción, al ponerle unos granos de café flotando en el vaso. Una bebida, autóctona de la Comunidad Valenciana, que no llega a ser tan conocida como la paella, pero que va camino de serlo.


Los Dalton Buidaolles, con aspecto deportivo
y veraniego aún, disfrutan de la tertulia y rememoran sus andanzas por las Sierras de Segura y Cazorla, cuando en el abrasador mes de julio, un importante número de ellos, estuvieron deleitándose con esa otra afición para ellos, cual es la música. El blues y la gastronomía tradicional de la zona se dieron cita en el epicúreo encuentro en las prebéticas sierras de Jaén, en el multitudinario festival de blues de Cazorla.

Y todo en un día en el que, además, celebraban el hecho de que uno de Los Buidaolles acababa de ser abuelo por primera vez.


José González Fernández