domingo, 26 de marzo de 2017

Bar Casa Mateo (Avenida Ausiàs Mach) 24-03-2017



Aunque ya había llegado la primavera, el invierno aún seguía dando sus últimos coletazos en toda la Península. Sin embargo, en la ciudad de Valencia, la mañana se presentaba templada, y la densa bruma no dejaba ver el sol, en el momento en que Los Dalton Buidaolles deshojaban la margarita para decidir a qué lugar irían a tomar el consuetudinario esmorzaret.


A menos de trescientos metros del Instituto, siguiendo la avenida de Ausiàs March, se encuentra el Bar Casa Mateo, un local no muy grande, pero con una gran variedad de productos y, lo más importante, su asador; algo que le da un valor añadido a su oferta gastronómica debido a los sabrosos braseados.

La avenida de Ausiàs March es una de las importantes arterias de la ciudad, que conecta en sentido perpendicular con otras, también importantes, tales como: avenida Hermanos Maristas, avenida de La Plata, avenida del Doctor Waskman o avenida de Peris y Valero. La expansión urbanística de los años setenta dio lugar a la conexión de estas avenidas y de los barrios de Malilla o Ruzafa. Sus edificios, por lo general, no superan las diez plantas y fueron pensados, en principio, para dar acceso a la vivienda a las clases sociales desfavorecidas, aunque en la actualidad sus habitantes representan más a la clase media de la Ciudad, y podemos ver edificios de renta libre y hoteles de tres y cuatro estrellas, junto a precarias construcciones de finales de los sesenta, construidas al abrigo de ayudas oficiales.

         La avenida, al igual que el Centro de Formación Profesional, debe su nombre al célebre poeta y caballero valenciano del siglo XV Ausiàs March, uno de los más importantes de la literatura valenciana del Siglo de Oro.

, Casa Mateo presenta a su clientela una variada y suculenta oferta de productos, entre los que destacan: patatas a lo pobre con jamón y huevos rotos, rabo de cerdo, morcilla de Burgos, foie braseado, anchoas con tomate, esgarraet con mojama, ensaladilla rusa, clóchinas al vapor… entre otras viandas. Pero hay algo que le distingue de otros lugares de almuerzo, y es su carne de cerdo criado con castañas; muy parecido al filete de cerdo ibérico pero con mayor jugosidad. Una muestra de ello la podemos ver en el lomo que nos presenta el amable cocinero del establecimiento. 

Los Dalton Buidaolles, como cada semana, mantienen su animada tertulia con alegría y desenfado, a pesar de las duras y controvertidas polémicas que, a veces, existen en los debates. Esta semana tocaba un repaso a las anécdotas que, en ocasiones, se producen en el día a día de la actividad docente. Aquellos compañeros que dejan huella, - para bien o para mal - por su carácter, sus virtudes o sus defectos. También aquellos para quienes la enseñanza es un pasatiempos, integrado dentro de sus múltiples ocupaciones, – aunque sea ésta la que le proporcione su principal fuente de ingresos -  con un comportamiento insolidario; intentando “escurrir el bulto” en la primera oportunidad que se les presenta.

El tono de la conversación se elevaba y las conversaciones se cruzaban en distintas direcciones, llegando a resultar inaudible el contenido de las mismas en el momento en que los miembros del grupo  dejaban de deglutir los suculentos bocadillos. Pero, como es habitual, siempre alguno de ellos – el más osado, el  más locuaz, el de más energía e impulso – sobresalía del resto y animaba el  cotarro. Alguien a quien, como todos coincidieron en tono de humor, deberían extraer de su sangre esa sustancia capaz de producir tal estado de hiperactividad y excitación, – que muy bien podría denominarse “Cristobalina” en honor a su propio nombre – para ser repartida generosamente al resto del grupo.

José González Fernández

lunes, 20 de marzo de 2017

Bar-Cafetería "El Trovador" (15-03-2017)



  En esa semana fallera, en la que el viernes era festivo, los Dalton Buidaolles deciden adelantar su almuerzo semanal al miércoles. Resultaba casi un deber inexcusable visitar la zona de más tradición fallera de Valencia. Se hacía necesario patear la ciudad desde Ruzafa hasta la Plaza del Ayuntamiento, en un sentido, y desde Puerta del Mar hasta Plaza de España, en otro.
El sitio elegido para este almuerzo fallero fue el Bar-Cafetería El Trovador, en la calle Conde de Salvatierra, 34, la cual conecta la avenida del Marqués del Turia con la calle de Colón, en la zona denominada la “Milla de Oro”; un lugar muy comercial, repleto de tiendas, negocios de hostelería, oficinas...  dónde el ciudadano se ve inmerso en una atmósfera de prisa y decibelios, algo de lo que el campesino huye y en la que el urbanita encuentra su hábitat natural.
Muy cerca de El Trovador se encuentra el Mercado de Colón, en su día de abastos, pensado para cubrir las necesidades del Ensanche: una zona que comenzó a poblarse, en las primeras décadas del siglo XX, por la nueva burguesía. Actualmente, esta construcción de estilo modernista, del arquitecto Francisco Mora Berenguer, se encuentra rehabilitada y su interior está destinado a comercios y cafeterías.
El Bar-Cafetería El Trovador cuenta con una fachada estrecha, pero con un amplio interior. No obstante, a determinadas horas de la mañana la afluencia de público es tanta, que has de esperar si quieres coger mesa.  Es llamativo ver en este local, a ejecutivos trajeados y empleados de comercio junto a obreros de la construcción, funcionarios o jubilados; todos atraídos por el buen yantar en variedad y cantidad y, sobre todo, por el precio tan adaptado a las épocas de crisis económica.   Digno de mención es también, la rapidez en que eres atendido; tal vez porque el contagio de la prisa del cliente hace que los camareros y cocineros desarrollen unas habilidades especiales, transcurriendo muy pocos minutos desde que pides en barra hasta que te sirven en mesa.
La amplia gama de productos que nos ofrece El Trovador, da lugar a que cualquiera pueda adaptar el bocadillo o plato combinado a su dieta o a sus apetencias. Una amplia variedad en carnes, tortillas, longanizas… por una parte, o bien, para opciones más bajas en calorías, verduras y escalibadas con atún. Además, para quienes acostumbren a tomar dulce por la mañana, existe también pastelería y bollería.

Las Fallas de Valencia, consideradas hoy como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, han sabido conjugar, a lo largo de la historia, la creatividad y el arte con lo satírico y cómico, un binomio imprescindible en esta fiesta del fuego y de la pólvora.
Las Fallas son una fiesta que tiene su origen en las luminarias dedicadas la noche previa a la festividad de San José. Desde antiguo, el gremio de carpinteros hacían limpieza de sus talleres, - preparándose para la entrada de la primavera – quemando todos los desechos de la madera y objetos inservibles. Sin embargo, algunos autores intentan ver en el culto a fuego un origen pagano, similar al de las hogueras de San Juan.

El mes de marzo suele tener unos cambios climáticos frecuentes, y en este de 2017, se manifiestan con toda su crudeza; pues después de una semana de altas temperaturas, vinieron días de viento, lluvia y frío. No obstante, en los días más importantes de las Fallas, el buen tiempo fue el protagonista y permitió que, tanto propios como extraños, pudieran visitar ese museo al aire libre que son las exposiciones falleras; ese ambiente en el que se mezcla el estruendo de las mascletás con la música y con el olor a pólvora y buñuelos de calabaza. 
Los Dalton Buidaolles no podían perderse este apasionante espectáculo de luz, color y sonido, y aprovecharon la mañana del miércoles para visitar la plantá de algunas de las fallas más importantes.


José González Fernández

lunes, 13 de marzo de 2017

Bar-Restaurante Waksman (Avda. Dr. Waksman) 10/03/2017



La primavera - ese renacer de la vida - estaba ya a la vuelta de la esquina, aunque los 26 grados vestían la mañana casi de verano. Después de la lluvia y el frío de las semanas anteriores, por fin el astro sol calentaba la ciudad y hacía aparecer las primeras yemas en los brotes de los árboles de parques y avenidas. Los viandantes iban algo ligeros de atuendo y las chicas mostraban sus desnudos y blancos hombros dispuestos a ser bronceados y a absorber la vitamina D.  Sin embargo, Los Dalton Buidaolles, - que como cada viernes iban a almorzar – se mostraban algo remisos al prematuro destape, y algunos aún seguían cubriendo su mondadas testas; tal vez por costumbre, tal vez por coquetería, lo cierto es que esa parpusa de chulapo isidreño, todavía formaba parte de su indumentaria.

A pie o en bicicleta, esta semana tocaba visitar un establecimiento, no muy alejado del Instituto, de la avenida del Doctor Waksman, 33.  El local toma el mismo nombre que el de la avenida, es decir, Bar-Restaurante Waksman.
El doctor   Selman Abraham Waksman, fue un ucraniano-estadounidense, premio Nobel en Fisiología y Medicina en 1952. Este reputado científico se había labrado una prestigiosa carrera gracias a sus investigaciones y descubrimientos en antibióticos tales como la antimiocina, aunque éste nunca se pudo utilizar debido a su alto grado de toxicidad.   El descubrimiento de la estreptomicina, el segundo antibiótico útil en la historia de la humanidad, - el primero fue la penicilina – le sirvió para obtener el premio Nobel. Sin embargo, fue su alumno, Albert Schatz, el descubridor del mismo. Waksman, utilizando su prestigio como microbiólogo, se atribuyó tal descubrimiento, negando la genialidad de Schatz y aprovechándose del usufructo de las patentes durante años. Mucho después de la obtención del famoso galardón, ambos llegaron a un acuerdo económico, y la Universidad de Rutgers otorgó a Albert Schatz la autoría del brillante descubrimiento, pero la Academia Sueca nunca reconoció su error.
Se comentaba esa mañana, entre los Buidaolles, la injusticia de que la avenida valenciana aún conservara el nombre del doctor que se benefició indebidamente de los conocimientos de su alumno, pues, en realidad, la vía debería llevar el nombre de Albert Schatz, auténtico autor de tan valiosa aportación a la ciencia. Desde aquí queremos instar al Excelentísimo Ayuntamiento a su cambio, aunque ello sólo suponga un homenaje póstumo.
 
A colación de las apropiaciones indebidas, también fueron objeto de tertulia los continuos robos que se venían registrando últimamente en la ciudad, incluso algún caso en el propio Instituto. Anécdotas tales como el ocurrido el curso pasado; la mañana en que un caco entró en una de las aulas y sustrajo la cartera a un compañero, cuando éste tuvo un momento de distracción.  El cuerpo del delito apareció una semana después, sin el dinero, claro, – y menos mal que con la documentación – en los lavabos de un famoso restaurante de la ciudad, donde, al parecer, el mangante se había dado un homenaje con el efectivo que contenía.  También se comentó otro robo de una oficina bancaria en un pueblo de Jaén, donde el magrebí que fue a la campaña de aceituna, - de la que tal vez no obtuvo la renta que esperaba – entró en la oficina encapuchado y empuñando un hacha, arma con la que amenazó al único empleado de la sucursal. No obstante, debido a las medidas de seguridad, el botín no llegó a alcanzar los 900 euros.
Todo esto en una semana en la que la noticia, en todos los medios de comunicación, eran las filtraciones de Wikileaks, las cuales dejaban al descubierto las armas cibernéticas de la Central de Inteligencia Americana (CIA). Ese ambicioso programa de espionaje cuyo objetivo son los sistemas Android,  iPhone, Linux y Smart TV.
Una semana de intrigas y pánico informativo, pero que a los valencianos les ponía a las puertas de su fiesta más esperada, las Fallas. Los Dalton Buidaolles degustaban plácidamente esos bocadillos de tortilla, panceta y otros productos ofrecidos en el Bar-Restaurante Waksman, local que hace honor al nombre de la avenida. Una avenida que hace honor, a su vez, a un premio Nobel no merecido.

José González Fernández