Después de que las diluvianas fuerzas de la naturaleza -como
cada año por estas fechas- ejercieran su acción en semanas anteriores, se
disfrutaba ahora de la templanza habitual del veranillo de San Miguel.
La fresca mañana invitaba a los ciudadanos de Valencia a
salir de sus aposentos y romper su letargo matinal moviendo el esqueleto con
algún deporte al aire libre o, simplemente, caminando.
Ese día primero del mes de octubre, Los Dalton Buidaolles
salían de la ciudad para dirigirse, una vez más, a la localidad de Tabernes
Blanques; la última vez que visitaron esa localidad fue el 14 de septiembre de
2018, cuando estuvieron en el restaurante La Estela. Cuatro años habían
transcurrido desde entonces, sin embargo, permanecía intacto el ánimo de un
grupo que anhelaba la llegada de san
viernes para dar rienda suelta a su propensión por los deleites
gastronómicos. Esta vez, con la inestimable presencia de una de las chicas
Buidaolles. Nadie podrá decir ahora que este es un grupo cerrado hacia el otro
género; aunque, eso sí, en las tertulias, la presencia femenina les haga ser más
comedidos en su comportamiento y expresiones orales.
Esta vez el esmorzaret tocaba en la terraza del Bar La
Altruista, también denominado Casa Floren. Su denominación procede del nombre
de la asociación cultural “La Altruista” fundada en 1905 como sociedad de socorros
mutuos, pero en 1928 quedó configurada como una sociedad cultural y recreativa,
un nombre que no dejaba de ser un sofisma que ocultaba lo que, en realidad, es
un casino. No obstante, allí tiene también su espacio la biblioteca pública
municipal. A lo largo de la historia ha tenido distintos usos, pasando a ser,
en la Dictadura Franquista, un edificio de Falange Española. Posteriormente se
celebraron en él diversos conciertos y fue la sede de la Banda de Música
municipal de Tabernes Blanques. El edificio fue destruido y se reconstruyó en
el año 2010, albergando en la actualidad un centro social y cultural y el bar
de Casa Floren.
A veces explotamos cual volcanes, y por las fumarolas de
nuestras oquedades dejamos salir los excesos en forma de ira, de rabia, de
dolor… La represión acumulada, propicia la incontinencia verbal, y en ocasiones
física. Nos transformamos y nos convertimos en el animal guardado en nuestro
subconsciente, ese otro yo del que constantemente huimos, pero con el que
volvemos a reencontrarnos en alguna ocasión. Tal vez el corazón de la tierra
también se sienta maltratado, y de vez en cuando aproveche algún resquicio para
derramar su sangre sobre nosotros.
El tiempo no parecía transcurrir en este grupo de compañeros,
y sin embargo amigos, cuya hedónica afición consiste en disfrutar al máximo de
los manjares que la vida ofrece y, sobre todo, de esos momentos únicos y
entrañables que se viven en sus encuentros semanales.
Darío Navalperal
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