Cirros, cúmulos y estratos cubrían parcialmente la ciudad
de Valencia, extendiéndose hasta la de Torrente. Sin embargo, a partir de las
12 horas, algún tímido rayo de sol se filtraba entre el algodón, y recordaba,
en las terrazas de los bares, que en tiempo de otoño los alopécicos no deben
olvidar el sombrero.
Ese día, Los Dalton Buidaolles cabalgaron hasta la ciudad
de Torrente, en la que ya habían estado almorzando en otras ocasiones. Esta
vez, a la sombra de los olmos y las acacias de la terraza del Bar Sol.
El Bar Sol, cuyo nombre va acompañado del de sus regentes
Natalia y María, es un bar poligonero; de esos que a partir de las 9:30 horas
cubren todo su aforo, sobre todo en el exterior.
Llamados
por el olor de las ricas viandas y por las reseñas googleras y tripAvisoras,
allí se dan cita tragaldabas de todas las razas, profesiones y raleas: el musculitos ciclado con tatuajes hasta en
las orejas -que hace rugir su moto con su explosión ensordecedora-, a quien
acompaña la choni de voluminosa y
siliconada delantera; mitad de su novio, mitad de Cofidis. O el jubilado que,
por un día, se olvida del colesterol, del azúcar y del reflujo gástrico, y se
atreve a meterse, entre pecho y espalda, el especial de la casa de brascada de
ternera o de caballo. Y, sin ir más lejos, críticos gastronómicos
especializados en el esmorzaret, que recorren los sagrados templos del buen
yantar de Valencia y otras localidades de hasta 60 kilómetros de distancia,
como es el caso de Los Buidaolles.
Llegamos
al Bar Sol a las 10:30 am, con mesa reservada para ocho personas. Comenzaron a
ponernos la bebida a las 11. A las 11:30 nos tomaron nota de la comanda y
tardaron una hora más en servirla. Como es natural, aunque no hacía mucho calor
ese día, la primera cerveza no aguantó fría hasta la llegada del bocata y tuvimos que pedir otra.
Tal
vez el local no sea frecuentado mucho por trabajadores del andamio ni del
polígono industrial -quienes suelen disponer de 15 minutos o media hora para
almorzar-, pues serían despedidos si se ausentaran tanto tiempo. Si quieres
almorzar en este bar, olvídate del tiempo y relájate, pues aquí todo hay que
tomárselo con mucha calma, menos la cerveza, porque si no, se calienta.
Pero la espera mereció la pena, porque a ese caballo entre el pan solo le faltó relinchar. Una carne tierna y jugosa entre un bollo de pan crujiente y fácil de digerir.
El
buen bocadillo es aquel que se acaba antes de que la cerveza se caliente. Esto
puede ser por el hambre acumulada de los comensales o por la calidad del pan y
de lo que contenga en su interior. En este caso, ambas circunstancias
concurrieron esa mañana.
Un día más en que la tertulia buidaollesca hizo un repaso del
cine, de la pintura de los impresionistas, post-impresionistas y cubistas en la
bohemia parisina de la primera mitad del siglo XX, de la música de los años
setenta, de la economía de mercado en contraste con la de dirección central, y ¡cómo
no!, de las corrientes políticas actuales en España y en el mundo, con los
posicionamientos siempre tan diametralmente opuestos de dos sectores de
tertulianos que defienden sus inquebrantables opiniones, las cuales son más
ideológicas que de sensibilización hacia la realidad socioeconómica.
Sin embargo,
esa diversidad de pensamiento y caracteres personales, no impide que todos
sigan anhelando el momento en el que vuelvan a reunirse de nuevo.
Darío Navalperal