Uno de los temas de la mañana, fue la curiosa noticia del abuelo pistolero de 71 años, que atracaba bancos y
farmacias en Barcelona con una pistola de fogueo. Una persona sin antecedentes
penales que sus exiguos botines de inicio, no le dieron para poder cambiar de
vida y continuó atracando, y en la última farmacia asaltada, - viendo que sólo
iba a poder trincar la escasa cantidad de 200 € - le dijo a la dependienta: “Niña, dame también una caja de viagra de
100 mg.” Al parecer, debió hacer un uso frecuente de tan importante elixir,
pues cuando los mossos d’escuadra le aprehendieron, sólo le quedaba una grajea
en el bolsillo.
También se habló de la huelga de
estibadores portuarios, un singular gremio de trabajadores de puertos de mar
españoles en el que aún prevalecen formas de contratación en círculo cerrado;
ese nepotismo que se manifiesta al transferirse el puesto trabajo entre familiares,
con la prohibición expresa o tácita de que las mujeres puedan acceder a tales
empleos.
Pero el
tema que originó gran debate y controversia fue el de la profesión de notario, con
grandes discrepancias entre dos de los Dalton, que con ímpetu y vehemencia se
enzarzaron en la polémica, la cual estaba servida entre quien opinaba que su
condición es la de un funcionario al servicio de la Administración del Estado,
y quien decía que es un empresario-profesional, puesto que sus beneficios
varían en función del número de clientes a quienes atienda. Aunque ambas partes
llevaban razón, quiero citar aquí las reflexiones de Pio Mota, un bloguero
experto en Derecho.
“Nuestro ordenamiento jurídico
reconoce y ampara la existencia de figuras sociales que por su ambigüedad o por
contradecir la norma general aceptada (en este caso, la libertad de mercado) o
por su anomalía pueden asimilarse a formas corruptas. Una de ellas es la
situación especial amparada por la ley de notarios y registradores, que
disfrutan de un doble “status”: como funcionarios y empresarios autónomos, lo
que les otorga un carácter privilegiado. Como funcionarios públicos acceden al
cargo por oposición y son depositarios de la fe pública, pero ejercen su
actividad en despachos privados independientes, costean su funcionamiento,
contratan a su personal, y la cuantía de su retribución depende del número de
actos administrativos en que intervengan: formalización de documentos públicos
e inscripción registral de los mismos, respectivamente, funciones todas ellas
propias de un empresario privado. El número de plazas está rigurosamente
limitado por lo que ejercen su función en régimen de monopolio que les
garantiza beneficios más que notables. Sin duda no mentía el jefe del Gobierno,
Mariano Rajoy cuando declaró que ganaba más como registrador que dedicándose a
la política. Notarios y registradores forman parte de la elite funcionarial sin ser específicamente funcionarios.
Si la ley definiera con precisión
su personalidad jurídica, como funcionarios públicos se instalarían en oficinas
del Estado, y éste percibiría de los particulares las tasas reglamentarias por
la prestación del servicio.
Si, por el contrario, actuasen como
empresarios, perderían el privilegio del monopolio con lo cual se facilitaría
la libre competencia y los ciudadanos podrían acudir a los profesionales que
les infundieran mayor confianza. La libertad de elección redundaría en aumento
de elevación a público de los contratos y su inscripción reforzaría la
fuerza probatoria de los títulos en beneficio de la seguridad jurídica.
De todo esto puede sacarse una
conclusión o moraleja, y es: que nunca se le puede decir a nadie, de forma
tajante, aquello de “estás equivocado”, pues
hasta un reloj parado, dos veces al día está en lo cierto.
La Cafetería Colau, como suele ser
frecuente en otros locales, sus servilletas muestran mensajes filosóficos que
te invitan a reflexionar. Un ejemplo de ello es la siguiente frase: “Si amas lo que haces, ni los lunes te
quitan la sonrisa”. Sin lugar a dudas, los Buidaolles aman lo que hacen, -
sobre todo los que ya están jubilados – y la sonrisa nunca desaparece de su
cara, y mucho menos cuando llega San Viernes.
José González Fernández
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