Un típico día del caluroso julio; con brumas matinales que comenzaban a levantarse conforme iba transcurriendo la mañana, cuando a las 10 horas el mercurio se aproximaba a los 30 grados.
Ese día vacacional para muchos españoles, como también lo era para Los Dalton Buidaolles, el almuerzo iba a ser algo más lejos de lo habitual: habían elegido la localidad de Cullera, municipio de la Ribera Baja del Júcar, a 40 kilómetros de la Capital; una ciudad que en esta época del año acoge a miles de turistas llegados desde cualquier lugar del mundo, pero, sobre todo, a un turismo nacional de interior y de la propia capital del Turia.
Tal vez este sería el último almuerzo correspondiente al actual curso, y pretendían con ello poner un broche de oro con la visita a un reconocido establecimiento de prestigio en la cultura del esmorzaret.
Un lugar idílico que muchas personas se pasan todo el año deseando pisar; en el que la aglomeración aún no ha llegado y se puede poner la sombrilla y la toalla a una distancia suficiente como para mantener la intimidad con respecto a otros bañistas.
La suave brisa del mar llegaba hasta la amplia terraza en la que se encontraban Los Buidaolles -esta vez más que en ningún otro establecimiento visitado-, y el calor y la humedad mojaba sus livianas ropas, al tiempo en que los ventiladores echaban agua pulverizada, intentando mitigar en parte la tórrida y sofocante mañana. No obstante, todo ello no fue óbice para que Los Buidaolles, con su apetito siempre voraz, dieran cuenta del contenido de los suculentos platos que por esa mesa desfilaron.
La decoración del local y el entoldado de su terraza, muy acorde al entorno marino en el que se halla, paliaba también el vaporoso efecto sauna que de los numerosos cuerpos se desprendía, al cobijo de la loneta azul que cubría sus cabezas.
El Bar-Restaurante La Mar Salá ha revolucionado la cultura del esmorzaret manteniendo la tradición gastronómica mediterránea y los productos típicos de la zona, pero mejorando la calidad y la presentación de los mismos, lo que da como resultado un almuerzo abundante, atractivo y diferente al de otros establecimientos.
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Sin embargo, el plato fuerte, aquel que sustituye al típico bocadillo en otros establecimientos, aquí estuvo ese día relacionado con la carne de caballo y la de ternera, siempre servidos en el típico caldero de la paella, como puede apreciarse en la brascada para dos personas al estilo de la casa. Porque, en realidad, este restaurante también está especializado en paellas y todo tipo de arroces; así lo indica el cartel en el que puede apreciarse la amplia variedad de los mismos.
Después de tan abundante y diverso repertorio de manjares y ambrosías, no podía faltar la digestiva sandía y el café del tiempo con su correspondiente hielo. Y todo ello con una relación calidad-precio bastante aceptable. No obstante, si hubiera que destacar algún aspecto negativo, mencionaríamos el pan. Tal vez por el hecho de que aquí el bocadillo no sea lo habitual, el pan que ofrecen es de mala calidad, trasnochado o descongelado y recalentado para la ocasión, lo que invita a prescindir de él o, en todo caso, comer lo menos posible.
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Un día en el que uno de Los Buidaolles invitó al resto a su apartamento de Cullera para mostrarles su potencial bélico: unas pistolas de colección cuya antigüedad se remonta a varios siglos atrás. También se habló ese día de la falta de acontecimientos musicales en la feria de este mes de julio en Valencia, evocando a grupos a los que algunos de ellos les hacían tributo en sus propias camisetas, como era el caso de The Who o de Pink Floyd. El coloquio cultural continuó más tarde en WhatsApp recordando a Stanley Kubrick, como uno de los cineastas más representativos del siglo XX, y su malogrado proyecto de la película «Napoleón» por falta de presupuesto.
Todo ello en un día en el que Los Buidaolles se desearían feliz verano, pues tal vez no volverían a verse hasta el mes de septiembre con el inicio del nuevo curso académico.
José González Fernández